sábado, 26 de mayo de 2012

Aproximación a la Teoría Queer


No olvido que no puedo verme a mí mismo porque mi rol está limitado a ser sólo quién mira al espejo.
 Jacques Rigaut

David Córdoba (2005) hace una aproximación a la teoría queer como “paraguas bajo el que caben muchas formas de disidencia a la norma sexual, sean en forma de articulaciones identitarias o no”.   El término queer ingresó a la academia en 1990 a partir de una ponencia de la profesora Teresa de Lauretis  sobre Estudios Gays y Lésbicos, en la Universidad de California. El objetivo principal de su disertación era remarcar que los estudios feministas no representaban la experiencia lésbica debido a que lo lésbico era raro (queer) y por lo tanto quedaba fuera de la norma heterosexual.
Entiendo que esta teoría, en pleno proceso de elaboración teórica y política, ha generado algunos de los elementos más innovadores dentro del área de los estudios sobre género y sexualidad.   Surgida en el seno de los estudios gays y lésbicos, cuestiona  el uso de un binomio comparativo  (homosexual-heterosexual) como base para definir la sexualidad, ya que entiende que esta polarización impide abarcar la totalidad de alternativas que los sujetos  seleccionan para configurar su identidad sexual, y busca integrar otras sexualidades excluidas por esa división dicotómica.  De esta manera,  la teoría aporta también al estudio de la construcción de las identidades heterosexuales al analizar las formas en las que algunas dinámicas moldean las normas de comportamiento y aspecto de los géneros. Afirma que ambos binomios (hetero-homo, hombre-mujer) provienen de una sola genealogía incoherente, y rescata, también, en esta lucha política, a los heterosexuales  que se sienten oprimidos dentro del régimen heteronormativo.
La teoría queer  se apropia de los conceptos elaborados por el régimen heteronormativo para dar cuenta de  una supuesta entidad coherente, y los relativiza hasta que  resultan inoperantes para el proceso de designación. Siguiendo a Kosofsky Sedwick, “el término queer sólo tiene sentido cuando se emplea en primera persona, dado que funciona mejor como auto-denominación que como observación empírica de los rasgos identificadores de otras personas” (cit. por Ceballos, 2005, p.169) o, como afirma Halperin, es una teoría en la que “no hay nada en particular a lo que haga referencia necesariamente; es una identidad sin esencia” (2007, p.82).
 Como teoría, evita la rigidez y al mismo tiempo difumina su objeto de estudio, al desdibujar las categorías que permiten la normatividad social:
Queer puede apuntar ahora hacia cosas que desestabilicen las categorías existentes, mientras que ella misma está convirtiéndose en una categoría: pero una categoría que se resiste a una definición fácil. Es decir, nunca podemos saber a qué se está refiriendo alguien exactamente sólo desde la etiqueta queer, excepto cuando sea algo no categórico o no normativamente posicionado.  (Doty, cit. en Ceballos, 2005, p.170)

Alberto Mira, en su libro Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica (2002), se refiere a lo esquiva de esta teoría, hasta el punto de que no es posible ni siquiera la traducción del término queer al español:
Los intentos de traducir queer como “teoría maricona” no son del todo acertados, ya que sólo reproducen el significado peyorativo del término, no el etimológico. No sólo consiste en identificarse con un término que antes servía para insultar; si se elige queer frente a otros términos similares es porque al mismo tiempo pretende subrayar la extrañeza con la que ha de observarse la sexualidad humana. (p. 601)

Desde esta perspectiva, la teoría queer se establece como dinámica de prácticas y posturas políticas  con el potencial de desafiar la idea de identidad y  conocimiento normativo. A partir de esto, muchos teóricos intentan dar cuenta de una definición más específica  de la teoría.
Spargo, en su libro Foucault y la Teoría Queer (2005),  analiza las funciones sintácticas del término queer  (como nombre y adjetivo), y argumenta que el término se define como oposición a lo normalizador y, por lo tanto, entiende que la teoría queer no supone un “singular y sistemático marco conceptual o metodológico, sino una recopilación de engranajes intelectuales con la relación entre sexo, género y clase sexual” (p.14). Jagose entiende que en términos generales lo queer describe “aquellos gestos o modelos analíticos que dramatizan las incoherencias en las relaciones supuestamente estables entre sexo cromosómico, género y deseo sexual[1]” (1996, p.3).
La teoría queer surge a partir del postestructuralismo y tiene un carácter muy ligado al ejercicio de deconstrucción[2] :
(…) resistiendo ese modelo de estabilidad - que reclama como origen a la heterosexualidad, siendo (…) su efecto. Localizado entre esos términos explota, y saltan las incoherencias que desestabilizan la heterosexualidad, cuestionándolo todo a su paso, incluso lo que referimos como hombre o mujer y haciendo imposible  cualquier demostración de que existe una sexualidad ‘natural’. (op.cit., p.3)

En definitiva, esta teoría pone en tela de juicio los conceptos convencionales de identidad sexual al deconstruir  las categorías, oposiciones y binarismos que los sustentan y
(…) crea una suspensión de la identidad  como algo fijo, coherente y natural, y opta por la desnaturalización como estrategia, demarcando un ámbito virtualmente sinónimo de la homosexualidad, pero genialmente sugerente de todo un abanico de posibilidades sexuales que desafían la habitual distinción entre lo normal y lo patológico, lo ‘hetero’ y lo ‘homo’, los hombres masculinos y a las mujeres femeninas. (Ceballos, 2005, pp. 173)
El ejercicio propuesto es deslindar las nociones de identidad sexual y la  sexualidad misma de la relación inequívoca con la naturaleza. Supone también  arrancarlas de los espacios y discursos disciplinarios (Medicina, Biología, Psiquiatría) que las han definido tradicionalmente, al postularse ellos mismos como lugares privilegiados para acceder a esas nociones, y ubicar el discurso sobre la sexualidad en el terreno de lo social, y en consecuencia en el espacio de lo político, ya que el campo social siempre está atravesado por el poder.
La desnaturalización del concepto de identidad sexual supone una renuncia a cualquier política de normalización (sin el elemento de lo “natural” como base  del discurso, la dicotomía tradicional normal/patolológico pierde su fuerza), y  un ejercicio de resistencia a integrarse en un sistema (hetero)sexual que determina cierta lógica y orden sexual  y establece espacios de identidad fija e inmutable.  Supone también exigir otro lugar de enunciación discursiva.
El estudio de esta teoría nos permite entender que considerar a la sexualidad como construcción social es otorgarle una dimensión política, mostrar la lucha por el  acceso al discurso sobre lo sexual que determina  qué grupos  tienen la facultad para enunciar y definir,  y quiénes no son más que objetos de ese discurso y, por consiguiente, están siempre controlados  por la autoridad que  los describe.   Politizar la sexualidad implica cuestionar todos los discursos que históricamente se definieron bajo el binomio normal/anormal, protegidos por una supuesta neutralidad  epistemológica y cierta objetividad científica;  abre espacios a aquellos que sólo podían ser definidos y nunca definirse, le da voz a esos otros, siempre excluidos bajo el signo de lo patológico y la anormalidad, para construir un discurso propio  que se sitúe al mismo nivel y que asume abiertamente la intención de intervención política y el carácter contingente de toda definición.
Desde esta perspectiva, no es posible pensar la sexualidad como algo que se puede definir desde la neutralidad científica  y debemos asumir que, como constructo histórico, todo discurso que la tome como objeto no puede referirla como una realidad exterior, sino que deberá asumir la incidencia que tiene en su construcción y entender los componentes ideológicos que la atraviesan.
Si bien la teoría queer se ha ocupado de un registro predominantemente sexual, su proyecto de desnaturalización tiene en cuenta  también otros ejes de identificación, además del sexo y el género, tanto  por la necesidad de hablar desde los silencios impuestos a los otros excluidos por los binarismos que dejan fuera otras realidades, como por su intento de romper las identidades monolíticas construidas en torno a gays y lesbianas, al hacer ingresar al análisis las diferentes formas en que estas sexualidades están moldeadas por la raza, el género y el origen étnico. Entiende que las personas no encajan con tanta claridad como se pretende en los pares binarios (hombre/mujer, blanco/negro, heterosexual/homosexual, rico/pobre) utilizados como categorías naturalizadas y estables para clasificar el mundo.
Propone un cuestionamiento a la identidad fija, a la que entiende  como flexible y variable. La identidad, entonces, ya no es considerada como esencia, sino como práctica que se redefine en función de los contextos. Esto provoca el derrumbe de cualquier intento de definición, casi ficcional, de una identidad cerrada, auténtica e inmutable, y que pueda ser entendida desde la noción de performatividad[3], ya que supone asumir que no hay un yo esencial, sino ciertos actos y rituales cuya repetición constante aseguran la lógica heteronormativa de la identidad:
Queer theory emphasizes the performativity of gender, and views sexual identities as products of social disciplinary practices. Insofar as behavior is theatrical, it need not to be attributed to any underlying trait or “essence” of the actor. Seen in this gay, masculinity, femininity, queerness, straightness are not so much what one is, but what one does. (Greenberg, 1990, p.191)

Como movimiento, la política queer  establece dos grandes posturas características: en primer lugar, el antiasimilacionismo como estrategia de resistencia,  al renunciar a la lógica de integración en la sociedad heterosexual y ocupar deliberadamente un lugar marginal. En segundo lugar, la confrontación y la provocación directa al régimen heterosexual como práctica, al asumir posturas de incorrección política y provocación constante a los marcos de “consenso” político. 
Lo queer incita entonces a adoptar una postura de no asimilación de las reglas establecidas, asumir la inestabilidad y la no-pertenencia como la forma de relación con un sistema para el cual las diferencias suponen siempre un problema y, sobre todo, un postura de resistencia individual para no reproducir las prácticas de conducta establecidas por la heteronormatividad y promover nuevas formas de subjetividad.

Transfondo histórico de los estudios gay-lésbicos

Antes de que existieran el concepto y los planteamientos teóricos para los estudios gays y lésbicos, había una militancia gay. Y fue esa militancia la que encontró eco en los homosexuales de la comunidad académica. Los estudios gays y lésbicos tenían como objetivo inicial desarrollar un fundamento histórico que sirviera de guía para la militancia, como respaldo de los derechos del grupo ante las manifestaciones recrudecidas de homofobia, sobre todo a partir de la crisis del sida.  En consecuencia, la evolución de la disciplina académica se ve definida por dos grandes elementos: por un lado, las ponencias radicales de la comunidad militante gay y lésbica, a partir de 1968 y, por otro lado, por los elementos o categorías de análisis de la teoría feminista, que se aplicaron en principio específicamente al lesbianismo como área de estudio.
A estas bases se sumaron los planteamientos de Michel Foucault sobre la relación entre identidad y las estructuras de poder, trabajados sobre todo en el primer tomo de su Historia de la sexualidad. Estos elementos  formaron la estructura para el desarrollo de la disciplina,  y evidenciaron y dilucidaron en el proceso las dos posturas distintivas  sobre las que giró el debate sobre la homosexualidad  y la identidad en las últimas décadas del siglo XX: la perspectiva esencialista y el construccionismo social (también llamado construccionismo cultural).
La mirada esencialista entiende que  la homosexualidad, como orientación sexual, está biológicamente configurada. Esto supone la aceptación  de la idea de una identidad sexual relacionada con una esencia interior de los individuos y, en consecuencia, la asunción de que el campo sexual está delimitado previamente.
Entiendo con David Córdoba (2005) que en “los discursos modernos, la sexualidad ha sido ubicada en el ámbito de la naturaleza,  y el impulso sexual entendido a la vez como el último reducto de lo natural y como fundamento de la identidad social del hombre.”(op.cit., pág. 33)
 Este discurso se inscribe en un campo de acción más amplio que establece la dicotomía sociedad-naturaleza[4] y que propone una relación en la que la naturaleza, por un lado, debe ser controlada para mantener el orden social y, por otro, es usada como fundamento para  ligar el concepto de sexualidad al de reproducción como forma legítima:
Jeffrey Weeks ha señalado, en relación a la sexualidad normativa, la existencia de este discurso contradictorio, de esta paradoja según la cual <<la heterosexualidad es natural pero debemos alcanzarla; es inevitable, pero está sometida a un peligro constante, es espontánea, pero de hecho debemos aprenderla>>. De la misma forma, encontraremos argumentos contradictorios respecto a las diversas perversiones sexuales: serán consideradas o bien el resultado de una naturaleza descontrolada, no suficientemente disciplinada y socializada, o bien como formas de degeneración cultural y social. (op. cit., p.25)

En este marco de conocimiento, la homosexualidad  es considerada como dato exterior al discurso y, en consecuencia, independiente del contexto histórico en el que aparece. Bajo esta perspectiva puede ser rastreada y reconocida como realidad en cualquier época y nombrada con el mismo significante. Esto supone hablar de homosexualidad en la antigua Grecia.
El construccionismo, por su parte, sigue  la lógica de Foucault y  afirma que el  deseo sexual está regulado socialmente y que la identidad homosexual es una creación de la cultura de la modernidad  para establecer ciertos parámetros de conducta e identidad.
Entiende a la homosexualidad como una construcción discursiva situada en un contexto histórico determinado y como resultado de determinadas condiciones textuales. Podemos hablar de prácticas homosexuales anteriores a la modernidad, pero, como estas prácticas no definen ni delimitan una realidad específica que pudiera catalogar y clasificar a los individuos, no generaban nociones de identidad y subjetividad.
La intensa producción académica que generó el debate entre el esencialismo y el constructivismo como intento de explicar la sexualidad dio como resultado una serie de trabajos que actualmente son considerados fundamentales para el recorrido historiográfico sobre lo gay.  Una de las figuras más importantes en este debate fue  Michael Foucault y su  postura sobre la identidad de género como construcción de la sociedad moderna y su afirmación de que el  rechazo social al deseo sexual entre iguales forma parte de un proceso  de medicalización de la homosexualidad.
Las limitaciones conceptuales en los estudios gays y lésbicos en los que se preserva el binarismo genérico hombre/mujer que continúa privilegiando lo masculino sobre lo femenino,  y el uso de la oposición heterosexual/homosexual que, en definitiva, no deja del todo cierto carácter patológico de la homosexualidad, son superados por la Teoría Queer  al cuestionar la validez de estas categorías y situarse más bien en el espacio liminar de la barra que los separa. Entiende que la sexualidad es producto de un discurso y no tiene en sí misma ninguna materialidad específica,  y que el uso de los términos gay y lesbiana,  como categorías que contienen o clasifican sujetos, es excluyente, ya que afirmar a dichos sujetos supone borrar a todos aquellos individuos que no encajan perfectamente en sus límites.


[1] Traducción libre. Original en inglés.
[2] La estrategia de deconstrucción propuesta por Jaques Derridá (en base a la propuesta de Heidegger de Destruktion) supone un ejercicio de cuestionamiento a un concepto  y mostrar cómo ha sido construido a partir de procesos históricos y acumulaciones retóricas, para evidenciar en el proceso sus fisuras.   Supone un análisis social sobre qué, quién y  por qué se produce un texto: análisis que intenta dar cuenta de lo que se dice y de lo que no, a través del lenguaje, la forma, la estructura y el estilo de un texto.  Cabe la aclaración de que el término “texto” es entendido como toda forma de comunicación usada para transmitir el entendimiento que alguien hace del mundo (un libro, una película, una conversación, una actividad sexual, etc.).
[3] Este concepto fundamental sera desarrollado extensamente por Judith Butler. 
[4] El discurso moderno eurocentrista ha colocado a los pueblos no occidentales como más cercanos a la naturaleza (no suficientemente civilizados). Ese lugar ocupó también el género femenino, tradicionalmente asociado a la irracionalidad, los impulsos, etc.

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