No olvido que no puedo verme
a mí mismo porque mi rol está limitado a ser sólo quién mira al espejo.
Jacques Rigaut
David Córdoba (2005) hace una aproximación a
la teoría queer como “paraguas bajo
el que caben muchas formas de disidencia a la norma sexual, sean en forma de
articulaciones identitarias o no”. El
término queer ingresó a la academia
en 1990 a partir de una ponencia de la profesora Teresa de Lauretis sobre Estudios Gays y Lésbicos, en la
Universidad de California. El objetivo principal de su disertación era remarcar
que los estudios feministas no representaban la experiencia lésbica debido a
que lo lésbico era raro (queer) y por
lo tanto quedaba fuera de la norma heterosexual.
Entiendo que esta teoría, en pleno proceso de
elaboración teórica y política, ha generado algunos de los elementos más
innovadores dentro del área de los estudios sobre género y sexualidad. Surgida en el seno de los estudios gays y
lésbicos, cuestiona el uso de un binomio
comparativo (homosexual-heterosexual)
como base para definir la sexualidad, ya que entiende que esta polarización
impide abarcar la totalidad de alternativas que los sujetos seleccionan para configurar su identidad
sexual, y busca integrar otras sexualidades excluidas por esa división
dicotómica. De esta manera, la teoría aporta también al estudio de la
construcción de las identidades heterosexuales al analizar las formas en las
que algunas dinámicas moldean las normas de comportamiento y aspecto de los
géneros. Afirma que ambos binomios (hetero-homo, hombre-mujer) provienen de una
sola genealogía incoherente, y rescata, también, en esta lucha política, a los
heterosexuales que se sienten oprimidos
dentro del régimen heteronormativo.
La teoría queer se apropia de los conceptos elaborados por el
régimen heteronormativo para dar cuenta de
una supuesta entidad coherente, y los relativiza hasta que resultan inoperantes para el proceso de
designación. Siguiendo a Kosofsky Sedwick, “el término queer sólo tiene sentido cuando se emplea en primera persona, dado
que funciona mejor como auto-denominación que como observación empírica de los
rasgos identificadores de otras personas” (cit. por Ceballos, 2005, p.169) o,
como afirma Halperin, es una teoría en la que “no hay nada en particular a lo
que haga referencia necesariamente; es una identidad sin esencia” (2007, p.82).
Como teoría, evita la rigidez y al mismo
tiempo difumina su objeto de estudio, al desdibujar las categorías que permiten
la normatividad social:
Queer
puede apuntar ahora hacia cosas que desestabilicen las categorías existentes,
mientras que ella misma está convirtiéndose en una categoría: pero una
categoría que se resiste a una definición fácil. Es decir, nunca podemos saber
a qué se está refiriendo alguien exactamente sólo desde la etiqueta queer,
excepto cuando sea algo no categórico o no normativamente posicionado. (Doty, cit. en Ceballos, 2005, p.170)
Alberto Mira, en su
libro Para entendernos. Diccionario de
cultura homosexual, gay y lésbica (2002), se refiere a lo esquiva de esta
teoría, hasta el punto de que no es posible ni siquiera la traducción del
término queer al español:
Los
intentos de traducir queer como “teoría maricona” no son del todo acertados, ya
que sólo reproducen el significado peyorativo del término, no el etimológico.
No sólo consiste en identificarse con un término que antes servía para
insultar; si se elige queer frente a otros términos similares es porque al
mismo tiempo pretende subrayar la extrañeza con la que ha de observarse la
sexualidad humana. (p. 601)
Desde esta perspectiva, la teoría queer se establece como dinámica de
prácticas y posturas políticas con el
potencial de desafiar la idea de identidad y
conocimiento normativo. A partir de esto, muchos teóricos intentan dar cuenta
de una definición más específica de la
teoría.
Spargo, en su libro Foucault y la Teoría Queer (2005),
analiza las funciones sintácticas del término queer (como nombre y
adjetivo), y argumenta que el término se define como oposición a lo
normalizador y, por lo tanto, entiende que la teoría queer no supone un “singular y sistemático marco conceptual o
metodológico, sino una recopilación de engranajes intelectuales con la relación
entre sexo, género y clase sexual” (p.14). Jagose entiende que en términos
generales lo queer describe “aquellos gestos o modelos analíticos que dramatizan
las incoherencias en las relaciones supuestamente estables entre sexo
cromosómico, género y deseo sexual[1]”
(1996, p.3).
La teoría queer surge a partir del
postestructuralismo y tiene un carácter muy ligado al ejercicio de
deconstrucción[2]
:
(…) resistiendo ese modelo de estabilidad - que
reclama como origen a la heterosexualidad, siendo (…) su efecto. Localizado
entre esos términos explota, y saltan las incoherencias que desestabilizan la
heterosexualidad, cuestionándolo todo a su paso, incluso lo que referimos como
hombre o mujer y haciendo imposible
cualquier demostración de que existe una sexualidad ‘natural’. (op.cit.,
p.3)
En definitiva, esta teoría pone en tela de juicio los
conceptos convencionales de identidad sexual al deconstruir las categorías, oposiciones y binarismos que
los sustentan y
(…) crea una suspensión de la identidad como algo fijo, coherente y natural, y opta
por la desnaturalización como estrategia, demarcando un ámbito virtualmente
sinónimo de la homosexualidad, pero genialmente sugerente de todo un abanico de
posibilidades sexuales que desafían la habitual distinción entre lo normal y lo
patológico, lo ‘hetero’ y lo ‘homo’, los hombres masculinos y a las mujeres
femeninas. (Ceballos, 2005, pp. 173)
El ejercicio propuesto es deslindar las
nociones de identidad sexual y la
sexualidad misma de la relación inequívoca con la naturaleza. Supone
también arrancarlas de los espacios y
discursos disciplinarios (Medicina, Biología, Psiquiatría) que las han definido
tradicionalmente, al postularse ellos mismos como lugares privilegiados para
acceder a esas nociones, y ubicar el discurso sobre la sexualidad en el terreno
de lo social, y en consecuencia en el espacio de lo político, ya que el campo
social siempre está atravesado por el poder.
La desnaturalización del concepto de
identidad sexual supone una renuncia a cualquier política de normalización (sin
el elemento de lo “natural” como base
del discurso, la dicotomía tradicional normal/patolológico pierde su
fuerza), y un ejercicio de resistencia a
integrarse en un sistema (hetero)sexual que determina cierta lógica y orden
sexual y establece espacios de identidad
fija e inmutable. Supone también exigir
otro lugar de enunciación discursiva.
El estudio de esta teoría nos permite entender
que considerar a la sexualidad como construcción social es otorgarle una
dimensión política, mostrar la lucha por el
acceso al discurso sobre lo sexual que determina qué grupos
tienen la facultad para enunciar y definir, y quiénes no son más que objetos de ese
discurso y, por consiguiente, están siempre controlados por la autoridad que los describe. Politizar la sexualidad implica cuestionar
todos los discursos que históricamente se definieron bajo el binomio
normal/anormal, protegidos por una supuesta neutralidad epistemológica y cierta objetividad
científica; abre espacios a aquellos que
sólo podían ser definidos y nunca definirse, le da voz a esos otros, siempre
excluidos bajo el signo de lo patológico y la anormalidad, para construir un discurso
propio que se sitúe al mismo nivel y que
asume abiertamente la intención de intervención política y el carácter
contingente de toda definición.
Desde esta perspectiva, no es posible pensar
la sexualidad como algo que se puede definir desde la neutralidad
científica y debemos asumir que, como
constructo histórico, todo discurso que la tome como objeto no puede referirla
como una realidad exterior, sino que deberá asumir la incidencia que tiene en
su construcción y entender los componentes ideológicos que la atraviesan.
Si bien la teoría queer se ha ocupado de un registro predominantemente sexual, su
proyecto de desnaturalización tiene en cuenta
también otros ejes de identificación, además del sexo y el género,
tanto por la necesidad de hablar desde
los silencios impuestos a los otros excluidos por los binarismos que dejan
fuera otras realidades, como por su intento de romper las identidades
monolíticas construidas en torno a gays y lesbianas, al hacer ingresar al
análisis las diferentes formas en que estas sexualidades están moldeadas por la
raza, el género y el origen étnico. Entiende que las personas no encajan con
tanta claridad como se pretende en los pares binarios (hombre/mujer,
blanco/negro, heterosexual/homosexual, rico/pobre) utilizados como categorías
naturalizadas y estables para clasificar el mundo.
Propone un
cuestionamiento a la identidad fija, a la que entiende como flexible y variable. La identidad,
entonces, ya no es considerada como esencia, sino como práctica que se redefine
en función de los contextos. Esto provoca el derrumbe de cualquier intento de
definición, casi ficcional, de una identidad cerrada, auténtica e inmutable, y
que pueda ser entendida desde la noción de performatividad[3],
ya que supone asumir que no hay un yo esencial, sino ciertos actos y rituales
cuya repetición constante aseguran la lógica heteronormativa de la identidad:
Queer theory emphasizes the performativity of gender,
and views sexual identities as products of social disciplinary practices.
Insofar as behavior is theatrical, it need not to be attributed to any
underlying trait or “essence” of the actor. Seen in this gay, masculinity,
femininity, queerness, straightness are not so much what one is, but what one
does. (Greenberg, 1990, p.191)
Como movimiento, la política queer
establece dos grandes posturas características: en primer lugar, el
antiasimilacionismo como estrategia de resistencia, al renunciar a la lógica de integración en la
sociedad heterosexual y ocupar deliberadamente un lugar marginal. En segundo
lugar, la confrontación y la provocación directa al régimen heterosexual como
práctica, al asumir posturas de incorrección política y provocación constante a
los marcos de “consenso” político.
Lo queer
incita entonces a adoptar una postura de no asimilación de las reglas
establecidas, asumir la inestabilidad y la no-pertenencia como la forma de
relación con un sistema para el cual las diferencias suponen siempre un
problema y, sobre todo, un postura de resistencia individual para no reproducir
las prácticas de conducta establecidas por la heteronormatividad y promover
nuevas formas de subjetividad.
Transfondo
histórico de los estudios gay-lésbicos
Antes de que existieran el concepto y los
planteamientos teóricos para los estudios gays y lésbicos, había una militancia
gay. Y fue esa militancia la que encontró eco en los homosexuales de la
comunidad académica. Los estudios gays y lésbicos tenían como objetivo inicial
desarrollar un fundamento histórico que sirviera de guía para la militancia, como
respaldo de los derechos del grupo ante las manifestaciones recrudecidas de
homofobia, sobre todo a partir de la crisis del sida. En consecuencia, la evolución de la
disciplina académica se ve definida por dos grandes elementos: por un lado, las
ponencias radicales de la comunidad militante gay y lésbica, a partir de 1968
y, por otro lado, por los elementos o categorías de análisis de la teoría
feminista, que se aplicaron en principio específicamente al lesbianismo como
área de estudio.
A estas bases se sumaron los planteamientos
de Michel Foucault sobre la relación entre identidad y las estructuras de
poder, trabajados sobre todo en el primer tomo de su Historia de la sexualidad. Estos elementos formaron la estructura para el desarrollo de
la disciplina, y evidenciaron y
dilucidaron en el proceso las dos posturas distintivas sobre las que giró el debate sobre la
homosexualidad y la identidad en las
últimas décadas del siglo XX: la perspectiva esencialista y el construccionismo
social (también llamado construccionismo cultural).
La mirada esencialista entiende que la homosexualidad, como orientación sexual,
está biológicamente configurada. Esto supone la aceptación de la idea de una identidad sexual relacionada
con una esencia interior de los individuos y, en consecuencia, la asunción de
que el campo sexual está delimitado previamente.
Entiendo con David Córdoba (2005) que en “los
discursos modernos, la sexualidad ha sido ubicada en el ámbito de la
naturaleza, y el impulso sexual
entendido a la vez como el último reducto de lo natural y como fundamento de la
identidad social del hombre.”(op.cit., pág. 33)
Este discurso se inscribe en un campo de
acción más amplio que establece la dicotomía sociedad-naturaleza[4]
y que propone una relación en la que la naturaleza, por un lado, debe ser
controlada para mantener el orden social y, por otro, es usada como fundamento
para ligar el concepto de sexualidad al
de reproducción como forma legítima:
Jeffrey
Weeks ha señalado, en relación a la sexualidad normativa, la existencia de este
discurso contradictorio, de esta paradoja según la cual <<la
heterosexualidad es natural pero debemos alcanzarla; es inevitable, pero está
sometida a un peligro constante, es espontánea, pero de hecho debemos
aprenderla>>. De la misma forma, encontraremos argumentos contradictorios
respecto a las diversas perversiones sexuales: serán consideradas o bien el
resultado de una naturaleza descontrolada, no suficientemente disciplinada y
socializada, o bien como formas de degeneración cultural y social. (op. cit.,
p.25)
En este marco de conocimiento, la
homosexualidad es considerada como dato
exterior al discurso y, en consecuencia, independiente del contexto histórico
en el que aparece. Bajo esta perspectiva puede ser rastreada y reconocida como
realidad en cualquier época y nombrada con el mismo significante. Esto supone
hablar de homosexualidad en la antigua Grecia.
El construccionismo, por su parte, sigue la lógica de Foucault y afirma que el
deseo sexual está regulado socialmente y que la identidad homosexual es
una creación de la cultura de la modernidad
para establecer ciertos parámetros de conducta e identidad.
Entiende a la homosexualidad como una
construcción discursiva situada en un contexto histórico determinado y como resultado
de determinadas condiciones textuales. Podemos hablar de prácticas homosexuales
anteriores a la modernidad, pero, como estas prácticas no definen ni delimitan
una realidad específica que pudiera catalogar y clasificar a los individuos, no
generaban nociones de identidad y subjetividad.
La intensa producción académica que generó el
debate entre el esencialismo y el constructivismo como intento de explicar la
sexualidad dio como resultado una serie de trabajos que actualmente son
considerados fundamentales para el recorrido historiográfico sobre lo gay. Una de las figuras más importantes en este
debate fue Michael Foucault y su postura sobre la identidad de género como
construcción de la sociedad moderna y su afirmación de que el rechazo social al deseo sexual entre iguales
forma parte de un proceso de
medicalización de la homosexualidad.
Las limitaciones conceptuales en los estudios
gays y lésbicos en los que se preserva el binarismo genérico hombre/mujer que
continúa privilegiando lo masculino sobre lo femenino, y el uso de la oposición
heterosexual/homosexual que, en definitiva, no deja del todo cierto carácter
patológico de la homosexualidad, son superados por la Teoría Queer al cuestionar la validez de estas categorías y
situarse más bien en el espacio liminar de la barra que los separa. Entiende
que la sexualidad es producto de un discurso y no tiene en sí misma ninguna
materialidad específica, y que el uso de
los términos gay y lesbiana, como
categorías que contienen o clasifican sujetos, es excluyente, ya que afirmar a
dichos sujetos supone borrar a todos aquellos individuos que no encajan
perfectamente en sus límites.
[1] Traducción libre.
Original en inglés.
[2] La estrategia de deconstrucción
propuesta por Jaques Derridá (en base a la propuesta de Heidegger de Destruktion) supone un ejercicio de
cuestionamiento a un concepto y mostrar
cómo ha sido construido a partir de procesos históricos y acumulaciones
retóricas, para evidenciar en el proceso sus fisuras. Supone un análisis social sobre qué, quién
y por qué se produce un texto: análisis
que intenta dar cuenta de lo que se dice y de lo que no, a través del lenguaje,
la forma, la estructura y el estilo de un texto. Cabe la aclaración de que el término “texto”
es entendido como toda forma de comunicación usada para transmitir el
entendimiento que alguien hace del mundo (un libro, una película, una
conversación, una actividad sexual, etc.).
[4]
El discurso moderno eurocentrista ha colocado a los pueblos no occidentales
como más cercanos a la naturaleza (no suficientemente civilizados). Ese lugar
ocupó también el género femenino, tradicionalmente asociado a la
irracionalidad, los impulsos, etc.
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