En
el siglo XIX, los hombres que mantenían relaciones con otros pasaron de ser
considerados sodomitas, criminales a los ojos de Dios, a homosexuales, clase
perniciosa para la sociedad y, por lo tanto, competencia de la medicina y de
los tribunales de justicia. El discurso
médico sobre la sexualidad que se estableció como marco normativo (tecnología
de poder) reclamó su legitimidad en base
a su objetividad científica y supuso un quiebre respecto al discurso religioso
y moral que regía anteriormente y logró desplazar el sexo hacia el interior de
las ciencias naturales.
Sexo
y sexualidad van a ser ubicados en los discursos modernos dentro del ámbito de
la naturaleza[1]
y, concebidos como impulso, sentimiento o esencia, serán definidos como sólido
fundamento de la identidad social de los seres humanos. Esta ubicación emplaza
y articula todos los discursos sobre la sexualidad dentro de la dicotomía
sociedad-naturaleza. Así, la naturaleza se introducirá definitivamente como
argumento para ligar la sexualidad a la reproducción como su única forma
legítima.
Durante
mucho tiempo la bibliografía médica se caracterizó por mantener gran disparidad
de definiciones y de términos para referirse a ese grupo de personas: uranismo[2],
inversión, tercer sexo, sentimiento sexual contrario, etc.
La
palabra homosexual es un híbrido del griego homós
(igual) y del adjetivo latino sexualis[3]. Aunque como vimos anteriormente, en distintas etapas históricas los individuos
atraídos por personas de su mismo sexo fueron clasificados con distintos
términos, el concepto de homosexual quedó fuertemente asociado a una definición
científica, clínica, de la sexualidad y
relacionado con cierta patología: “A pesar de sus dificultades incluso
semánticas (…) sería la que predominaría sobre otras quizás porque consagraba
exitosamente la unión entre el saber médico y el poder de la policía.”(Melo,
2005, p. 17)
La palabra homosexualidad
fue, en principio, un término relacionado con la militancia pro-gay. Fue
utilizada por primera vez por Karl María
Kertbeny (1824-1882) en dos panfletos
que tomaban la forma de carta abierta al
ministro prusiano de Justicia. En
ese momento se estaba elaborando un nuevo código penal para la Federación del
Norte de Alemania y había surgido el debate sobre la pertinencia de mantener un
artículo del código penal prusiano que establecía que el contacto sexual entre
personas del mismo sexo era un delito.
Kertbeny planteó una idea sumamente novedosa para su
tiempo, que será retomada después: la atracción sexual de algunas personas por
otras de su mismo sexo es innata, no adquirida, es inamovible de la
personalidad, por lo cual no es sujeto de criminalización. (Melo,op.cit. p. 16)
En su tratado Psychopathia Sexualis (1885), Richard
von Krafft-Ebing utiliza el término para definir una patología a la que
consideraba una perversión que podía ser innata (y que en consecuencia no se podía considerar
una actividad delictiva) o adquirida (a través de la seducción, prostitución y
vicio) a la que era necesario diagnosticar y tratar.
A pesar de algunos
trabajos médicos que recalcaban el carácter viril del homosexual, la mayoría de
los profesionales sugería que había claras señales de femineidad en ellos. Uno
de los grandes impulsores del estereotipo de homosexual afeminado fue Magnus Hirschfeld, que siguió la definición
que dio Urlichs del homosexual como perteneciente al tercer género con un
espíritu de mujer atrapado en un cuerpo de hombre.
Según Hirschfeld, la combinación de cuatro criterios
(los órganos sexuales, las características físicas, los instintos sexuales y el
carácter moral) situaban a las personas en una escala entre el tipo sexual
‘totalmente masculino’ y el ‘tipo sexual perfectamente femenino’, determinando
así si pertenecía o no a la categoría de
‘tipo intermedio sexual (Tamagne, 2006.p.168)
Existen ciertas similitudes
entre la propuesta de Hirschfield y la teoría freudiana, ya que Freud (2003)
rechaza la idea de degeneración y de hermafroditismo psíquico, y afirma que “la
virilidad más completa es compatible con la inversión”, y no analiza la
homosexualidad como enfermedad, sino que defiende la idea de una “bisexualidad
originaria”.
La relación entre
afeminamiento y homosexualidad fue establecida paulatinamente por médicos y
psiquiatras, pero es el escándalo de Oscar Wilde (1895) lo que muchos suponen
como la primera imagen clara y permanente que le llega a la sociedad del
homosexual dandi y afeminado. Siguiendo a Sinfield (1994), la condena de Wilde hizo “del afeminamiento, la
ociosidad, la inmoralidad, el lujo, la despreocupación, la decadencia y el
esteticismo los elementos distintivos de la inversión sexual” (pp.11-12)
Además de aparecer en los escritos de
Sexología y de Psiquiatría- incluidos los de Freud- de finales del siglo XIX y
comienzos del XX, ‘ homosexualidad’ se populariza a partir del affaire
Eulenburg, un escándalo sexual en la corte del emperador de Alemania (…)entre 1907 y 1909.
La homosexualidad es, por tanto, como
señala Foucault, una invención de la Psiquiatría que se acopla
perfectamente con las características
vigilantes, panópticas, normalizadoras y clasificadoras de las sociedades
modernas, es decir de las formas propias de la modernidad. La Psiquiatría hizo
del homosexual un personaje con una infancia, un carácter, una forma de vida y
una morfología. (Melo,op.cit p. 17)
Entre 1870 y 1940 existe cierta militancia homosexual en
Europa. El Wissenshafftlich-Humanitäres Komittee (WhK) fundado por
Hirschfeld en Alemania (1897) divulga
una petición que retoma el ideal de Kertbeny, firmada por grandes nombres de la
época como Thomas Mann, Albert Einstein, Emile Zola y León Tolstoi, quienes
piden la abolición del párrafo 175, la ley alemana que sentenciaba a los
hombres involucrados en relaciones homosexuales.
En
1919, Hirschfeld funda en Berlín el Institut
für Sexualwissenschaft, para recopilar toda la información disponible sobre
homosexualidad, con el objetivo de crear una gran biblioteca y un punto de
investigación sobre el tema. Durante este período, Berlín, París y Londres emergen como capitales de libertad
para los homosexuales. París ofrecía su periferia como ámbito de relativa
libertad, por lo que la subcultura homosexual se mezcló con los bajos fondos y
la sordidez de Montmartre, Pigalle y Montparnasse. Se puede percibir ya en
este momento el surgimiento de una especie de cultura homosexual, no sólo por
los espacios de práctica social, sino por la circulación de referencias y
representaciones compartidas: a los textos clásicos como El
Banquete de Platón, se suman otros, de gran peso: Muerte en Venecia (Mann, 1912), Sodoma
y Gomorra (Proust,1921), Orlando
(Wolf,1928).
Luego
de la Primera Guerra Mundial, homosexuales y lesbianas llegaron a ser símbolos
de la modernidad, y encarnaron las
alteraciones estéticas y morales de los années
folles[4].
Las novelas modernas delineaban
personajes adictos a la cocaína, homosexuales y lesbianas como representaciones
de una era. El ambiente europeo, en especial el berlinesco, era retratado en
los bocetos de Mamen, Schad y Otto Dix.
Para la generación más joven de los años 20, caracterizada por ser apolítica y con una fuerte influencia
americana, el culto al cuerpo andrógino implicaba una ruptura con la generación
anterior que había arrastrado al mundo a una guerra de dimensiones hasta
entonces desconocidas.
En
esa influencia de la figura del andrógino, se puede intuir un intento de
acercamiento entre los sexos y de crear un estereotipo de belleza universal,
alejada de los modelos tradicionales.
Así, la mujer masculinizada (garçonnes),
económicamente independiente y liberada de las restricciones sociales de la
feminidad, parece acompañar el
movimiento de emancipación femenino. Paralelamente, el afeminamiento de un
sector de la nueva generación masculina puede interpretarse como un rechazo de
los valores militares y un acercamiento a los ideales pacifistas. Será el ascenso del nazismo lo que provocará
un retorno a la glorificación del cuerpo masculino.
Aunque
durante el período de entreguerras la policía mantenía grupos específicos de
investigación para detener a sospechosos de actos homosexuales, las condenas se
redujeron considerablemente, sobre todo por la imposibilidad de establecer una
definición legal de homosexualidad. El
homosexual es presentado, por una parte como asocial, y como riesgo de “contagio”
y de corrupción de menores. Por otra
parte, se lo clasificaba en función de su clase social, aunque todas las clases
negaban que hubiera homosexuales en su seno: a fines del siglo XIX la clase
media afirmaba que la homosexualidad era
una consecuencia directa del proceso de
industrialización y de la urbanización vertiginosa de la sociedad y, por lo
tanto, un tipo de depravación directamente relacionado con la clase obrera. La
clase obrera, por su parte, prefería verla como la perversión de estetas y aristócratas
degenerados, víctimas de la pereza, el ocio y el lujo. A fin de cuentas, el
homosexual siempre era el otro.
El
temor al debilitamiento social debido a la homosexualidad llegó a su apogeo en
la Alemania nazi. En los años posteriores a 1933 proliferaron las acusaciones
de homosexualidad como arma para terminar con los que se oponían al régimen en
la Iglesia Católica y en el ejército.
En 1935 se amplía el párrafo 175, que abarca ahora todas las expresiones
de deseo homosexual. Desde el punto de
vista nazi, los homosexuales no tenían utilidad social alguna, ya que no
aceptaban las exigencias de la nación alemana (casarse y tener hijos).
Henrich
Himmler, principal artífice de la retórica homófoba del régimen, distinguió
entre los verdaderos homosexuales y aquellos que habían sido seducidos, pero
podían curarse. Durante la guerra,
mostró gran interés en los experimentos médicos[5]
(tratamientos psiquiátricos, hormonales y castración) para encontrar una forma
de enviar homosexuales al frente sin riesgo de contagio. Afirmaba también que la homosexualidad era
importada del extranjero como resultado de una mezcla de razas, y establecía
una relación directa entre los homosexuales y los judíos, y rechazaba a ambos
grupos por femeninos. (Tamagne, 2005) (Graug & Shoppman, 1995) (Plant,
1998)
Entre
1934 y 1940, cerca de cien mil homosexuales fueron enviados a campos de
concentración, donde se los identificó con un triángulo rosa (posteriormente
símbolo del movimiento gay). Encarcelados bajo el párrafo 175, a estos
prisioneros se los consideraba el grupo inferior y más prescindible de los
presos, y se les daba las tareas más duras para curar sus inclinaciones
antinaturales[6].
Aun con la caída de Alemania y la liberación de los campos, muchos de los
homosexuales detenidos fueron llevados a cárceles comunes para cumplir su
condena.
En
la década del 50, surge, en Estados Unidos primero y en algunas ciudades
europeas después, una serie de organizaciones homófilas que entendían que la
ignorancia era la causa de la discriminación. Rechazaban la identidad basada
sólo en las prácticas sexuales y rescataban los sentimientos de atracción y
amistad entre personas del mismo sexo. Si la ignorancia y la falta de
información eran la causa de la discriminación, estos grupos tenían como
objetivo demostrar su conformidad y adaptabilidad a los códigos sociales
imperantes.
Siguiendo
a Rizzo (2006), esta aceptación se manifestó por dos vías: por un lado, a
través de publicaciones periódicas, traducciones e intercambios con otros grupos homófilos
europeos. Por otro lado, garantizando que se viera a los homosexuales como
hombres y mujeres comunes (sin afeminamiento y masculinización), ciudadanos
legales (no espías del enemigo) y moralmente respetables (no predispuestos a
infringir la ley). Bajo esta política,
las diferencias entre homosexuales y heterosexuales quedaban en la esfera privada
y por tanto era necesario proteger las libertades mediante políticas liberales.
El principal objetivo político de estos grupos estuvo centrado en la reforma de
las leyes penales.
Pero
cabe destacar que estas asociaciones, en
su esfuerzo por dignificar el colectivo, comenzaron a alejarse de la praxis
homosexual, y llegaron a considerar un insulto que existieran bares donde los
homosexuales pudieran conocerse. Rechazaban el modelo social que se podía
encontrar en esos lugares, y afirmaban que estaban frecuentados por queers (en su acepción de hombres
raros), afeminados, de clase media alta que seducían a miembros de la clase
obrera a cambio de favores.
Esta
íntima relación con un discurso que hace de la sexualidad una patología, una
realidad enfermiza que debía ser trabajada “científicamente” y observada desde
una mirada heterosexual, ordenada, sana, normal, implica que se necesite otro vocablo alejado del
discurso médico para referirse a esta realidad y surgen allí dos términos nuevos: gay y queer, que se fueron re- semantizando a lo largo del último siglo.
(Rizzo, 2006) (Melo, 2005) (Rodríguez, 2007)
El
término gay originalmente significaba “lleno de alegría o regocijo”[7]
y fue en principio utilizado por los propios homosexuales para autodenominarse
y alejarse del término homosexual que tenía una evidente connotación médica y,
a la vez, para diferenciarse del homosexual afeminado y estridente.
En
junio de 1969, Nueva York vive una protesta violenta encabezada por travestis, como consecuencia de
la redada policial en el bar Stonewall
Inn, dos días atrás. A partir de esta manifestación se forma el Frente de
Liberación Gay, cuyas movilizaciones se inscriben dentro de un marco general de
enfrentamiento entre policía y distintos grupos radicales que comenzaban a
emerger en la sociedad norteamericana (Panteras Negras, activistas feministas,
grupos pacifistas, etc.)
El Frente supone un
punto de inflexión importante, ya que establece lo gay como movimiento político
y la lucha por la capacidad de acceder
al discurso y narrarse a sí mismo. Hasta este momento, el homosexual siempre
había sido narrado y referido por otros (la religión, la medicina, la
psicología, la ley).
La historia de las luchas por la emancipación
homosexual y la liberación gay ha consistido
en la lucha de los gays y las lesbianas por arrancarles a las personas
no gays el control sobre cuestiones
como: quién habla por nosotros, quién representa nuestra experiencia,
quien está autorizado a hablar con
información sobre nuestras vidas. (Halperin, op.cit. p.77)
Esta
lucha, fuertemente influida por el
discurso y formas de acción de otros grupos activistas se convirtió en el medio
de expresión de una generación para mostrar su rechazo al orden social y
político de la postguerra y al concepto de familia que la sociedad imponía.
Este
modelo de frente de liberación tuvo rápida aceptación en otros países: en Gran
Bretaña y Francia se formaron frentes de liberación en 1970 (Gay Liberation Front y Front Homosexuel d’Action Revolutionaire).
La Homosexuelle Aktion Westberlin surge
en Alemania a partir de la censura de
la película de Rosa Von Praunheim (nombre que usaba el director Holger
Mischwitzky , cuando se travestía): Nicht
der homosexuelle ist pervers, sondern die Situation in der er lebt[8].
Ese mismo año se crea el Fronte Unitario Omosessuale Rivoluzionario
Italiano ( FUORI)[9] .
(…)
basada en el análisis integral de las estructuras políticas, económicas,
sociales y culturales, enormemente influida por el marxismo y la crítica
marxista del psicoanálisis. Las causas de la homofobia eran inherentes a la
clase media y a la ética capitalista: el racismo, el imperialismo y la
represión sexual eran expresiones e instrumentos de explotación que se
utilizaban contra un grupo social. Por consiguiente, para la lucha se
consideraron esenciales las alianzas con otros grupos de oprimidos (clase
trabajadora, la mujer, las minorías étnicas). Si el sistema completo (la clase
dirigente) era la raíz de la presión, los homosexuales no podían alcanzar la
liberación reclamando su propio espacio;
(…) las zonas de tolerancia creadas en algunas ciudades provocaron críticas,
pues se consideraron guetos (...) El
objetivo de los liberacionistas gays fue el transformar el conjunto de la
sociedad.” (Rizzo, 2006., p.214)
El movimiento ponía en discusión la separación esencial entre público/privado bajo la que se
estructuraba tradicionalmente la sociedad occidental. Era necesario manifestar
en público el auténtico ser, que,
para el movimiento gay significaba
destaparse, salir del armario[10]. El armario (closet) era considerado un signo
de la opresión y una expresión indiscutible de la interiorización de la
homofobia; esta situación sólo se podría cambiar si los individuos asumían su sexualidad y
declaraban abiertamente su postura. Los
movimientos de liberación gay entendían el acto sexual como un gesto revolucionario
en sí mismo. Hocquenghem, filósofo
francés y uno de los principales referentes del FHAR, afirmaba que “el
patriarcado se funda en el contraste entre el poder público del falo y la
privatización del ano. Por tanto, liberar el ano a través de la sexualidad
masculina es socavar los fundamentos de las relaciones sociales patriarcales”
(citado por Rizzo, op.cit., p. 216).
Según Foucault , la oposición discursiva de estos movimientos fue de suma
importancia y supuso un progreso político:
Los movimientos llamados de “liberación sexual”
deben ser entendidos, creo, como movimientos de afirmación “a partir” de la
sexualidad. Lo que quiere decir dos cosas: son movimientos que parten de la
sexualidad en que estamos sumergidos y que hace que funcionen plenamente, pero
al mismo tiempo se desplazan respecto a ese mecanismo, se desligan de él y lo
desbordan. (Entrevista citada en Halperin, op.cit., p.79)
Los
movimientos de liberación fueron
debilitándose a lo largo de los años 70, en gran medida debido a la
dificultad para definir sus propios parámetros
de identidad, que llevaron a la fragmentación de los frentes en grupos y
movimientos más específicos: los varones gays afroamericanos comenzaron a
cuestionar la capacidad del movimiento por reflejar las necesidades de aquellos
sujetos oprimidos no sólo por sus prácticas sexuales, sino por otros factores,
como la raza o la clase social. Los
grupos de lesbianas, por su parte, no se sentían identificados con un
movimiento gay, al que definían como misógino y centralizado, a lo que se sumaba su preocupación por la
lejanía que mantenía con la mayor parte de los grupos feministas.
De
todas formas, la movilización de estos grupos sirve como referente, y permite
el surgimiento de otro tipo de militancia: los grupos de activistas. A diferencia de los frentes de liberación, el
activismo defendía un programa político
que buscaba cambios sociales más específicos, centrado en las necesidades de gays y lesbianas, sin pretender una
revolución social estructural. Sus objetivos principales eran la despenalización de la
homosexualidad en aquellos países cuyos
códigos penales aún la mantenían como delito, y
luchar por lograr un cambio en la forma en que los medios de
comunicación trataban a la homosexualidad.
Si
bien podemos establecer puntos en común
entre el activismo y los frentes de liberación, como por ejemplo la utilización
de un lenguaje de orgullo y
autoidentificación como colectivo y la importancia que le daban al hecho de
salir del armario, la diferencia principal estriba en la capacidad que
desarrollaron los activistas de
organizarse en colectivos bien estructurados que podían relacionarse de forma efectiva con el
sistema político y crear grupos de presión en el sistema. Las acciones de lobby
las efectuaban no solo sobre políticos durante las campañas, sino que presionaban a ciertas asociaciones
profesionales a las que consideraban partícipes de la opresión.
La presión organizada logró avances significativos como la eliminación de la homosexualidad de la lista
de enfermedades mentales publicada por la Asociación Psiquiátrica Americana. Al
menos, formalmente, la homosexualidad ya no era una enfermedad.
Se
pasó así de la vida nocturna y los bares clandestinos al día y los espacios públicos,
de la desviación sexual al concepto de estilo de vida alternativo, y se
pretendió alcanzar una cierta normalización, una integración al estilo de vida
dominante. Los años finales de la década del 70 son considerados la época
dorada de bares y clubes, donde la liberación sexual parecía manifestarse desde
la pornografía a la música pop, que hizo de YMCA,
una canción del grupo Village People, casi un himno de esa generación.
Los
movimientos políticos por los derechos gays y la subcultura comercial
homosexual sólo terminaron de acercarse
por la crisis del sida, virus que atacó
a la comunidad homosexual, sobre todo la masculina, a principios de los años
80.
La
poca importancia que los gobiernos y
medios de comunicación dieron inicialmente al problema del sida motivó la reactivación y fortalecimiento de
los activistas que veían en esa actitud
ciertos tintes homófobos, dado que en principio se pensó que solo afectaba a
los grupos marginales denominados las cuatro haches: homosexuales,
heroinómanos, hemofílicos y haitianos. El segundo y tercer grupo se contagiaba
mayoritariamente por el uso de jeringas y transfusiones de sangre, y el cuarto
grupo se relacionó porque se afirmaba que el virus había comenzado en Haití al
mismo tiempo que en los Estados Unidos.
La
crisis del sida exigió tácticas de acción directa y desobediencia civil a una
escala mayor a la desarrollada anteriormente por estos grupos. En las manifestaciones convocadas por la ACTUP-AIDS Coalition to unleash power
(Coalición del sida para desencadenar el poder) también participaron minorías
étnicas como las comunidades latina y afroamericana.
Para
los activistas, la epidemia supuso el cierre de una brecha entre los grupos; las lesbianas ocupaban
puestos importantes en las asociaciones que promovían el sexo seguro, la
atención de los infectados y las campañas para obtener más financiación para la
investigación, y lograron el
debilitamiento del separatismo lésbico.
En
junio de 1981, el Centro para el control y la prevención de enfermedades (CAC)
publica el primer informe sobre un síndrome que afectaba sobre todo a jóvenes
gays. Al principio, los especialistas lo llamaron Inmunodeficiencia Relacionada
con los Gays (GRID) y un año después le cambiaron el nombre a Síndrome de
Inmunodeficiencia Humana (HIV).
Otra
particularidad importante en la década de los 80 se dio en cierta transformación de los espacios
sociales homosexuales. Los bares queer existían
desde hacía mucho tiempo (recordemos el desprecio de los grupos homófilos hacia
ese tipo de lugares) y eran en su mayoría mixtos, frecuentados tanto por
homosexuales como por heterosexuales. Estos lugares cambiaban constantemente y no permanecían
abiertos mucho tiempo, debido a las
continuas redadas de la policía y a la
incapacidad de afianzarse como sitios de encuentro: los llamados ace queen[11] y los sissies[12] buscaban generalmente a varones heterosexuales, los trades
[13](marineros,
soldados, jóvenes de clase trabajadora), y no necesitaban los bares como
lugares de encuentro, ya que los espacios urbanos, como los parques y los baños
públicos, eran más útiles para sus fines.
En
la década del 80, muchos gays buscaron a sus iguales para establecer
relaciones; surge entonces en el argot el término clones para referirse a hombres homosexuales musculosos, con
bigotes y patillas que generaron sus propios circuitos y estéticas: los
machotes y los leathers[14]
generaron un mundo más cerrado de lugares de sociabilidad con lugares
específicos para mantener contactos sexuales como cuartos oscuros[15]
y saunas. Los locales que comienzan a
aparecer a partir de Stonewall, pero sobre todo
proliferan en la década de los 80,
fueron concebidos exclusivametne para gays, por lo que los heterosexuales que
los frecuentaban pasaron a ser llamados bisexuales o gays que no han salido del
armario. (Rizzo, 2006)
Nos
encontramos aquí con un mundo social cada vez más atomizado y segmentado con
lugares específicos para leathers,
travestis, bears[16], hombres
jóvenes, mayores, etc. Los hombres vinculados a los grupos Leather y Bears solían rechazar las posturas afeminadas y la delicadeza de los homosexuales queen
y preferían el encuentro con sus iguales. La práctica del ejercicio físico y del culto
al cuerpo masculinizado que defendían llevó a que en los años 90 los gimnasios
pasaran a ser el centro de la homosocialidad en las grandes ciudades.
A
partir del éxito de la ActUp, se crea
en 1990 un movimiento llamado Queer[17]
Nation que asume la lucha contra la homofobia y se propone lograrlogra la
visibilidad de todo el espectro que formaban las colectividades gay y lésbica.
Este grupo entendía que las políticas anteriores llevadas a cabo por los
movimientos activistas no habían logrado cambiar la cultura heterosexual
dominante ni terminar con las políticas
antihomosexuales. El principal problema
de gays y lesbianas era que la sociedad seguía asentada en bases heterosexuales
y excluía a todas las otras opciones. Su principal objetivo como movimiento era
desafiar la heteronormatividad y crear
una cultura pública queer.
Sus bases se centraban
en la afirmación de que la heteronormatividad social era el origen de la
dicotomía público/privado en la que lo público corresponde a lo heterosexual, y
confina lo homosexual al ámbito privado. Este orden social deja al homosexual
en un impasse de difícil solución: por un lado, el gay tiene que salir del
armario, pero cuando lo hace, muchos protestan porque creen que la preferencia
sexual de cada uno no tiene que ser asunto del dominio público. Aunque la
sociedad pretenda y exija separar los ámbitos públicos y privados, esto no se
aplica al heterosexual, por lo que el homosexual debe aceptar de buen grado el
discurso público y constante sobre temas, supuestamente privados, de los
heterosexuales[18]:
Lo que Eve Kosofsky Sedwick ha llamado de manera
memorable “La epistemología del armario” es la mejor ilustración de este
fenómeno. Sedwick ha mostrado que el closet
es el lugar de una contradicción imposible: no puedes estar adentro y no puedes
estar afuera. No puedes estar adentro, porque nunca estarás seguro de haber
logrado mantener tu homosexualidad en secreto; después de todo, uno de los
efectos de estar en el closet es que no puedes saber si las personas te tratan
como straight porque las has engañado
y no sospechan que eres gay, o porque te siguen el juego y gozan del privilegio
epistemológico que les confiere tu ignorancia de que ellos lo saben. Pero si
nunca puedes estar en el closet,
tampoco puedes estar afuera, porque aquellos que alguna vez gozaron del
privilegio epistemológico de saber que no sabes lo que ellos saben, se niegan a
renunciar a tal privilegio e insisten en construir tu sexualidad como un secreto
al que tienen un acceso especial, un secreto que se descubre ante su mirada
lúcida y superior. (Halperin, op.cit., pp.54-55)
A
partir del movimiento Queer Nation,
el término queer comienza a adoptarse
nuevamente, y cambia el sentido. Surge la denominación queer como reacción a las identidades gay y lésbica a las que le hacían críticas importantes: el
estancamiento que supone definir una identidad buscando la media, el
estereotipo del concepto “gay positivo”[19] y
la exclusión que supone la definición de
la identidad según un criterio que deja
fuera otros factores de diversidad como cuestiones de raza, clase social y
nivel educativo. Rescatan los logros obtenidos por los activistas (cambios en
legislaciones represoras, supresión de la homosexualidad como enfermedad en los
tratados médicos, etc.), pero denuncian que
lo gay, al mismo tiempo que se propone derrumbar
los pilares de la heteronormatividad para hacer visible la
exclusión, le otorga la palabra a un
tipo específico de homosexual (blanco, clase media, profesional, apolítico,
occidental) y deja fuera del discurso a otras identidades. Tiene en sí mismo el
germen de la exclusión.
Si bien este grupo de lucha política se
disuelve rápidamente, tuvo una importante repercusión al centrar su activismo en
insistir en los aspectos queers del
mundo heterosexual, y propugnar un cambio social al defender y demostrar la inestabilidad de los conceptos de
identidad y de comunidad.
[1]
Uno de los axiomas más fuertes supone el esencialismo sexual. “Entender el sexo
como fuerza natural que existe antes de la vida social y que da forma a las
instituciones. Esta percepción está arraigada en Occidente y hace que se
considere el sexo como algo eternamente inmutable, asocial y transhistórico” (Córdoba, 2005 p.24). “Dominado durante más
de un siglo por la medicina la psiquiatría y la psicología, el estudio
académico del sexo ha reproducido el esencialismo. Todas estas disciplinas
clasifican al sexo como propiedad de los individuos, algo que reside en sus
hormonas o en sus psiques. El sexo puede, indudablemente, analizarse en
términos psicológicos o fisiológicos, pero dentro de estas categorías
etnocientíficas, la sexualidad no tiene historia ni determinantes sociales
significativos” (Rubin, 1984, p.130).
[2]
El término uranita apareció por primera vez en alemán (Uranier) como antecedente inmediato de homosexual. Fue utilizado
por Karl Urlichs a partir del vocablo Ourania (la celestial), epíteto de
Afrodita, la diosa del amor. En la
mitología griega, Afrodita Urania fue una diosa celeste que no podía ser objeto
de deseos carnales. Con esta definición
se pretendía rechazar la asociación entre homorerotismo y el delito y la
enfermedad física o mental y legitimar
la orientación del deseo sexual entre hombres.
[3]
Según el Online Etymology Dictionary,
el término fue usado (en inglés) en 1892 por C.G. Chaddock en la traducción del
trabajo del Barón Von Krafft-Ebing “Psychopathia Sexualis”. Trad. Libre
[4]
Se conoce como los “años locos” o los “felices 20” a la década de 1920, entre
el fin de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de 1929.
[5] En
1943, aparecen en Zurich algunos artículos de investigación médica que afirman
la posibilidad de curar la homosexualidad a través de terapias de aversión.
Este procedimiento proponía una readaptación de conductas a través de descargas
eléctricas, hipnosis y exposición a imágenes eróticas, de modo que se inducía
al paciente a olvidar o al menos a evitar expresar la desviación social.
[6] Anexo:
tabla de identificación con triángulos de colores de los diferentes detenidos
en el campo de concentración de Dachau.
[7] Cf. Esp.gayo,
Port. gaio, It. gajo. Si bien en 1951 el OED (Oxford English Dictionary) integró la
primera acepción del término como adjetivo para homosexual, la expresión “gey”
cat (chico homosexual) ya aparecía en 1933 en el Underworld & Prision Dictionary de N.Erskine. (Online Etymology Dictionary) Trad. libre
[8] El
homosexual no es perverso, sino la situación en la que vive. El director toma
el nombre Rosa para recordar el color del triángulo que debían llevar los
homosexuales condenados en los campos de concentración nazi.
[9]
Término que también significa afuera.
[10]
La expresión “coming out of the closet”,
salir del armario, es usada en argot gay para definir el hecho de asumir y
hacer pública la homosexualidad. Su origen sociolingüístico se basa, según
algunos historiadores, en el tradicional “coming out party” (baile de
debutantes en las que se introducía a las jóvenes adineradas en la sociedad
dando a entender que ya eran adultas y podían casarse) y que en principio el
argot toma para referirse a la introducción de alguien en la subcultura gay. Para un análisis más profundo ver: Chauncey, George
(2004) Gay New York: Gender, Urban Culture, and the Making of the Gay Male
World, 1890–1940. New York: Basic Book
[11]
Homosexual muy afeminado que en ocasiones puede ser confundido con una mujer.
[12]
Término bastante común en el argot gay.
Al no existir un estudio formal sobre el argot gay puedo en todo caso aventurar una explicación
para dar cuenta de la expresión. Posiblemente derive del término sister (hermana) y es una término
peyorativo que identifica a un chico joven que no cumple la imagen tradicional
asociada a su género. Un hombre será considerado sissy por mostrar interés en hobbies o trabajos tradicionalmente
femeninos, por comportamiento afeminado, por
mostrar cobardía o por no tener un cuerpo atlético o al menos
marcadamente masculino. En español, el término que más se le aproxima es el de
marica o maricón, que deriva de María (nombre muy común en español). El término
marica o maricón tiene un sentido de debilidad, feminidad y pasividad
(características tradicionalmente asociada al género femenino y cuyo principal
exponente es la virgen María, modelo de mujer cristiano) que relaciona a este
tipo de hombres a los cultos marianos. Un sissy
es el opuesto al término camionera, usado para definir a las mujeres (sobre
todo lesbianas) que tienen comportamientos o cumplen trabajos en roles
tradicionalmente masculinos.
[13]
Referido a individuos que suelen mantener relaciones con otros a cambio de
regalos y dinero, pero que no se consideran homosexuales. En español, el
término más utilizado es chulo.
[14]
Leather (cuero) es una subcultura que
comprende ciertas prácticas, instrumentos y vestimentas que se organizan con un
fin erótico. Una de las formas distintivas
es el uso de artículos de cuero e indumentaria de color negro. Si bien esta
subcultura es muy visible en el mundo gay,
no es exclusiva de ese grupo. A
pesar de que en el imaginario se asocia la cultura leather a prácticas BDSM, en muchas ocasiones el uso del cuero y de
indumentaria negra es una moda erótica que busca realzar la masculinidad del
portador y proyecta su poder sexual.
[15]
Salas oscuras o con muy poca luz en las que se tiene sexo sin ver al partenaire. Algunos locales tienen varias salas, con
distintos grados de oscuridad, tipo catacumbas.
[16] Los bears
(osos) forman una subcultura dentro de la comunidad gay. Se caracterizan por su
cuerpo grande y el orgullo por tener vello facial y corporal. Dentro de esta
comunidad existen subcategorías: chubbies
(gordos), cub (chachorros jóvenes), muscle bear (oso musculado), polar bear (oso con muchas canas) etc.
Los osos defienden una actitud masculina y rechazan el estereotipo de
homosexual afeminado.
[17]
El término queer proviene de la raíz
indoeuropea twerkw que significa “a
través”(Kosofsky,1993, pág.63) y que
comparte con el alemán quer
(transversal), el término latino torquere
(torcer) y el inglés athwart (transversalmente).La
acepción más común en la lengua inglesa es la de bizarro, extraño, enfermo, anormal.
Durante mucho tiempo se lo utilizó para describir algo que tenía un
comportamiento excéntrico.
[18] Este
doble discurso se hace evidente en algunas reacciones cotidianas: una pareja de
gays caminando de la mano por la ciudad, dándose un beso o intercambiando
cualquier tipo de demostración afectiva suele levantar críticas del tipo “no
tienen por qué hacerlo evidente”, en
cambio una pareja heterosexual en la misma situación no es cuestionada, ni en
el mundo real, ni en las imágenes publicitarias.
[19]
“(…) la vida gay ha producido sus propios
regímenes disciplinarios, sus propias técnicas de normalización, bajo la
forma de cortes de pelo obligatorios, camisetas, dietas, equipos de cuero, body piercing y ejercicio físico (la
rutina diaria en el gimnasio, por ejemplo, ¿es una liberación o un trabajo
forzado?).” (Halperin, op.cit., p.52)
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