sábado, 26 de mayo de 2012

Medicalización, normalización y resistencia de la otredad



En el siglo XIX, los hombres que mantenían relaciones con otros pasaron de ser considerados sodomitas, criminales a los ojos de Dios, a homosexuales, clase perniciosa para la sociedad y, por lo tanto, competencia de la medicina y de los tribunales de justicia.  El discurso médico sobre la sexualidad que se estableció como marco normativo (tecnología de poder) reclamó su legitimidad  en base a su objetividad científica y supuso un quiebre respecto al discurso religioso y moral que regía anteriormente y logró desplazar el sexo hacia el interior de las ciencias naturales.
Sexo y sexualidad van a ser ubicados en los discursos modernos dentro del ámbito de la naturaleza[1] y, concebidos como impulso, sentimiento o esencia, serán definidos como sólido fundamento de la identidad social de los seres humanos. Esta ubicación emplaza y articula todos los discursos sobre la sexualidad dentro de la dicotomía sociedad-naturaleza. Así, la naturaleza se introducirá definitivamente como argumento para ligar la sexualidad a la reproducción como su única forma legítima.
Durante mucho tiempo la bibliografía médica se caracterizó por mantener gran disparidad de definiciones y de términos para referirse a ese grupo de personas: uranismo[2], inversión, tercer sexo, sentimiento sexual contrario, etc.
La palabra homosexual es un híbrido del griego homós (igual) y del adjetivo latino sexualis[3].  Aunque como vimos anteriormente,  en distintas etapas históricas los individuos atraídos por personas de su mismo sexo fueron clasificados con distintos términos, el concepto de homosexual quedó fuertemente asociado a una definición científica, clínica, de la sexualidad y  relacionado con cierta patología: “A pesar de sus dificultades incluso semánticas (…) sería la que predominaría sobre otras quizás porque consagraba exitosamente la unión entre el saber médico y el poder de la policía.”(Melo, 2005, p. 17)
La palabra homosexualidad fue, en principio, un término relacionado con la militancia pro-gay. Fue utilizada por primera vez por  Karl María Kertbeny (1824-1882)  en dos panfletos que tomaban la forma de carta abierta al  ministro prusiano de Justicia.  En ese momento se estaba elaborando un nuevo código penal para la Federación del Norte de Alemania y había surgido el debate sobre la pertinencia de mantener un artículo del código penal prusiano que establecía que el contacto sexual entre personas del mismo sexo era un delito.
Kertbeny planteó una idea sumamente novedosa para su tiempo, que será retomada después: la atracción sexual de algunas personas por otras de su mismo sexo es innata, no adquirida, es inamovible de la personalidad, por lo cual no es sujeto de criminalización. (Melo,op.cit. p. 16)

En su tratado Psychopathia Sexualis (1885), Richard von Krafft-Ebing utiliza el término para definir una patología a la que consideraba una perversión que podía ser innata (y  que en consecuencia no se podía considerar una actividad delictiva) o adquirida (a través de la seducción, prostitución y vicio) a la que era necesario diagnosticar y tratar.
A pesar de algunos trabajos médicos que recalcaban el carácter viril del homosexual, la mayoría de los profesionales sugería que había claras señales de femineidad en ellos. Uno de los grandes impulsores del estereotipo de homosexual afeminado fue  Magnus Hirschfeld, que siguió la definición que dio Urlichs del homosexual como perteneciente al tercer género con un espíritu de mujer atrapado en un cuerpo de hombre.
Según Hirschfeld, la combinación de cuatro criterios (los órganos sexuales, las características físicas, los instintos sexuales y el carácter moral) situaban a las personas en una escala entre el tipo sexual ‘totalmente masculino’ y el ‘tipo sexual perfectamente femenino’, determinando así si pertenecía o no a la categoría  de ‘tipo intermedio sexual (Tamagne, 2006.p.168)

Existen ciertas similitudes entre la propuesta de Hirschfield y la teoría freudiana, ya que Freud (2003) rechaza la idea de degeneración y de hermafroditismo psíquico, y afirma que “la virilidad más completa es compatible con la inversión”, y no analiza la homosexualidad como enfermedad, sino que defiende la idea de una “bisexualidad originaria”.
La relación entre afeminamiento y homosexualidad fue establecida paulatinamente por médicos y psiquiatras, pero es el escándalo de Oscar Wilde (1895) lo que muchos suponen como la primera imagen clara y permanente que le llega a la sociedad del homosexual dandi y afeminado. Siguiendo a Sinfield (1994), la  condena de Wilde hizo “del afeminamiento, la ociosidad, la inmoralidad, el lujo, la despreocupación, la decadencia y el esteticismo los elementos distintivos de la inversión sexual” (pp.11-12)
Además de aparecer en los escritos de Sexología y de Psiquiatría- incluidos los de Freud- de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ‘ homosexualidad’ se populariza a partir del affaire Eulenburg, un escándalo sexual en la corte del emperador  de Alemania (…)entre 1907 y 1909.
La homosexualidad es, por tanto, como señala Foucault, una invención de la Psiquiatría que se acopla perfectamente  con las características vigilantes, panópticas, normalizadoras y clasificadoras de las sociedades modernas, es decir de las formas propias de la modernidad. La Psiquiatría hizo del homosexual un personaje con una infancia, un carácter, una forma de vida y una morfología. (Melo,op.cit p. 17)

Entre 1870 y 1940   existe cierta militancia homosexual en Europa.  El Wissenshafftlich-Humanitäres Komittee (WhK) fundado por Hirschfeld  en Alemania (1897) divulga una petición que retoma el ideal de Kertbeny, firmada por grandes nombres de la época como Thomas Mann, Albert Einstein, Emile Zola y León Tolstoi, quienes piden la abolición del párrafo 175, la ley alemana que sentenciaba a los hombres involucrados en relaciones homosexuales.
En 1919, Hirschfeld funda en Berlín el Institut für Sexualwissenschaft, para recopilar toda la información disponible sobre homosexualidad, con el objetivo de crear una gran biblioteca y un punto de investigación sobre el tema. Durante este período, Berlín, París  y Londres emergen como capitales de libertad para los homosexuales. París ofrecía su periferia como ámbito de relativa libertad, por lo que la subcultura homosexual se mezcló con los bajos fondos y la sordidez de Montmartre, Pigalle y Montparnasse. Se puede percibir ya en este momento el surgimiento de una especie de cultura homosexual, no sólo por los espacios de práctica social, sino por la circulación de referencias y representaciones compartidas: a los textos clásicos como  El Banquete de Platón, se suman otros, de gran peso: Muerte en Venecia (Mann, 1912), Sodoma y Gomorra (Proust,1921), Orlando (Wolf,1928).
Luego de la Primera Guerra Mundial, homosexuales y lesbianas llegaron a ser símbolos de la modernidad,  y encarnaron las alteraciones estéticas y morales de los années folles[4]. Las novelas modernas  delineaban personajes adictos a la cocaína, homosexuales y lesbianas como representaciones de una era. El ambiente europeo, en especial el berlinesco, era retratado en los bocetos de Mamen, Schad y Otto Dix.  Para la generación más joven de los años 20, caracterizada por  ser apolítica y con una fuerte influencia americana, el culto al cuerpo andrógino implicaba una ruptura con la generación anterior que había arrastrado al mundo a una guerra de dimensiones hasta entonces desconocidas.
En esa influencia de la figura del andrógino, se puede intuir un intento de acercamiento entre los sexos y de crear un estereotipo de belleza universal, alejada de los modelos tradicionales.  Así, la mujer masculinizada (garçonnes), económicamente independiente y liberada de las restricciones sociales de la feminidad,  parece acompañar el movimiento de emancipación femenino. Paralelamente, el afeminamiento de un sector de la nueva generación masculina puede interpretarse como un rechazo de los valores militares y un acercamiento a los ideales pacifistas.  Será el ascenso del nazismo lo que provocará un retorno a la glorificación del cuerpo masculino.
Aunque durante el período de entreguerras la policía mantenía grupos específicos de investigación para detener a sospechosos de actos homosexuales, las condenas se redujeron considerablemente, sobre todo por la imposibilidad de establecer una definición legal de homosexualidad.  El homosexual es presentado, por una parte como asocial, y como riesgo de “contagio” y de corrupción de menores.  Por otra parte, se lo clasificaba en función de su clase social, aunque todas las clases negaban que hubiera homosexuales en su seno: a fines del siglo XIX la clase media afirmaba que la homosexualidad  era una consecuencia directa  del proceso de industrialización y de la urbanización vertiginosa de la sociedad y, por lo tanto, un tipo de depravación directamente relacionado con la clase obrera. La clase obrera, por su parte, prefería verla como la perversión de estetas y aristócratas degenerados, víctimas de la pereza, el ocio y el lujo. A fin de cuentas, el homosexual siempre era el otro.
El temor al debilitamiento social debido a la homosexualidad llegó a su apogeo en la Alemania nazi. En los años posteriores a 1933 proliferaron las acusaciones de homosexualidad como arma para terminar con los que se oponían al régimen en la Iglesia Católica y en el ejército.   En 1935 se amplía el párrafo 175, que abarca ahora todas las expresiones de deseo homosexual.  Desde el punto de vista nazi, los homosexuales no tenían utilidad social alguna, ya que no aceptaban las exigencias de la nación alemana (casarse y tener hijos).
Henrich Himmler, principal artífice de la retórica homófoba del régimen, distinguió entre los verdaderos homosexuales y aquellos que habían sido seducidos, pero podían curarse.  Durante la guerra, mostró gran interés en los experimentos médicos[5] (tratamientos psiquiátricos, hormonales y castración) para encontrar una forma de enviar homosexuales al frente sin riesgo de contagio.  Afirmaba también que la homosexualidad era importada del extranjero como resultado de una mezcla de razas, y establecía una relación directa entre los homosexuales y los judíos, y rechazaba a ambos grupos por femeninos. (Tamagne, 2005) (Graug & Shoppman, 1995) (Plant, 1998)
Entre 1934 y 1940, cerca de cien mil homosexuales fueron enviados a campos de concentración, donde se los identificó con un triángulo rosa (posteriormente símbolo del movimiento gay). Encarcelados bajo el párrafo 175, a estos prisioneros se los consideraba el grupo inferior y más prescindible de los presos, y se les daba las tareas más duras para curar sus inclinaciones antinaturales[6]. Aun con la caída de Alemania y la liberación de los campos, muchos de los homosexuales detenidos fueron llevados a cárceles comunes para cumplir su condena.
En la década del 50, surge, en Estados Unidos primero y en algunas ciudades europeas después, una serie de organizaciones homófilas que entendían que la ignorancia era la causa de la discriminación. Rechazaban la identidad basada sólo en las prácticas sexuales y rescataban los sentimientos de atracción y amistad entre personas del mismo sexo. Si la ignorancia y la falta de información eran la causa de la discriminación, estos grupos tenían como objetivo demostrar su conformidad y adaptabilidad a los códigos sociales imperantes.
Siguiendo a Rizzo (2006), esta aceptación se manifestó por dos vías: por un lado, a través de publicaciones periódicas, traducciones  e intercambios con otros grupos homófilos europeos. Por otro lado, garantizando que se viera a los homosexuales como hombres y mujeres comunes (sin afeminamiento y masculinización), ciudadanos legales (no espías del enemigo) y moralmente respetables (no predispuestos a infringir la ley).   Bajo esta política, las diferencias entre homosexuales y heterosexuales quedaban en la esfera privada y por tanto era necesario proteger las libertades mediante políticas liberales. El principal objetivo político de estos grupos estuvo centrado en la reforma de las leyes penales.
Pero cabe destacar que  estas asociaciones, en su esfuerzo por dignificar el colectivo, comenzaron a alejarse de la praxis homosexual, y llegaron a considerar un insulto que existieran bares donde los homosexuales pudieran conocerse. Rechazaban el modelo social que se podía encontrar en esos lugares, y afirmaban que estaban frecuentados por queers (en su acepción de hombres raros), afeminados, de clase media alta que seducían a miembros de la clase obrera a cambio de favores.
Esta íntima relación con un discurso que hace de la sexualidad una patología, una realidad enfermiza que debía ser trabajada “científicamente” y observada desde una mirada heterosexual, ordenada, sana, normal,  implica que se necesite otro vocablo alejado del discurso médico para referirse a esta realidad y  surgen allí dos términos nuevos: gay y queer, que se fueron re- semantizando a lo largo del último siglo. (Rizzo, 2006) (Melo, 2005) (Rodríguez, 2007)
El término gay originalmente significaba “lleno de alegría o regocijo”[7] y fue en principio utilizado por los propios homosexuales para autodenominarse y alejarse del término homosexual que tenía una evidente connotación médica y, a la vez, para diferenciarse del homosexual afeminado y estridente.
En junio de 1969, Nueva York vive una protesta violenta  encabezada por travestis, como consecuencia de la redada policial en el bar Stonewall Inn, dos días atrás. A partir de esta manifestación se forma el Frente de Liberación Gay, cuyas movilizaciones se inscriben dentro de un marco general de enfrentamiento entre policía y distintos grupos radicales que comenzaban a emerger en la sociedad norteamericana (Panteras Negras, activistas feministas, grupos pacifistas, etc.)
El Frente supone un punto de inflexión importante, ya que establece lo gay como movimiento político y la lucha por  la capacidad de acceder al discurso y narrarse a sí mismo. Hasta este momento, el homosexual siempre había sido narrado y referido por otros (la religión, la medicina, la psicología, la ley).
La historia de las luchas por la emancipación homosexual y la liberación gay ha consistido  en la lucha de los gays y las lesbianas por arrancarles a las personas no gays el control sobre cuestiones  como: quién habla por nosotros, quién representa nuestra experiencia, quien está autorizado  a hablar con información sobre nuestras vidas. (Halperin, op.cit. p.77)

 Esta lucha, fuertemente influida por  el discurso y formas de acción de otros grupos activistas se convirtió en el medio de expresión de una generación para mostrar su rechazo al orden social y político de la postguerra y al concepto de familia que la sociedad imponía.
Este modelo de frente de liberación tuvo rápida aceptación en otros países: en Gran Bretaña y Francia se formaron frentes de liberación en 1970 (Gay Liberation Front y Front Homosexuel d’Action Revolutionaire). La Homosexuelle Aktion Westberlin   surge en Alemania a partir de la censura de la película de Rosa Von Praunheim (nombre que usaba el director Holger Mischwitzky , cuando se travestía): Nicht der homosexuelle ist pervers, sondern die Situation in der er lebt[8]. Ese mismo año se crea el Fronte Unitario Omosessuale Rivoluzionario Italiano ( FUORI)[9] .
 (…) basada en el análisis integral de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales, enormemente influida por el marxismo y la crítica marxista del psicoanálisis. Las causas de la homofobia eran inherentes a la clase media y a la ética capitalista: el racismo, el imperialismo y la represión sexual eran expresiones e instrumentos de explotación que se utilizaban contra un grupo social. Por consiguiente, para la lucha se consideraron esenciales las alianzas con otros grupos de oprimidos (clase trabajadora, la mujer, las minorías étnicas). Si el sistema completo (la clase dirigente) era la raíz de la presión, los homosexuales no podían alcanzar la liberación reclamando su propio espacio; (…) las zonas de tolerancia creadas en algunas ciudades provocaron críticas, pues se consideraron guetos (...) El objetivo de los liberacionistas gays fue el transformar el conjunto de la sociedad.” (Rizzo, 2006., p.214)

El movimiento ponía en  discusión la separación  esencial entre público/privado bajo la que se estructuraba tradicionalmente la sociedad occidental. Era necesario manifestar en público el auténtico ser, que, para el movimiento gay significaba destaparse, salir del armario[10].  El armario (closet) era considerado un signo de la opresión y una expresión indiscutible de la interiorización de la homofobia; esta situación sólo se podría cambiar si  los individuos asumían su sexualidad y declaraban abiertamente  su postura. Los movimientos de liberación gay entendían el acto sexual como un gesto revolucionario en sí mismo. Hocquenghem, filósofo  francés y uno de los principales referentes del FHAR, afirmaba que “el patriarcado se funda en el contraste entre el poder público del falo y la privatización del ano. Por tanto, liberar el ano a través de la sexualidad masculina es socavar los fundamentos de las relaciones sociales patriarcales” (citado por  Rizzo, op.cit., p. 216). Según Foucault , la oposición discursiva de estos movimientos fue de suma importancia y supuso un progreso político:
Los movimientos llamados de “liberación sexual” deben ser entendidos, creo, como movimientos de afirmación “a partir” de la sexualidad. Lo que quiere decir dos cosas: son movimientos que parten de la sexualidad en que estamos sumergidos y que hace que funcionen plenamente, pero al mismo tiempo se desplazan respecto a ese mecanismo, se desligan de él y lo desbordan. (Entrevista citada en Halperin, op.cit., p.79)

Los movimientos  de liberación fueron debilitándose a lo largo de los años 70, en gran medida debido a la dificultad  para definir sus propios parámetros de identidad, que llevaron a la fragmentación de los frentes en grupos y movimientos más específicos: los varones gays afroamericanos comenzaron a cuestionar la capacidad del movimiento por reflejar las necesidades de aquellos sujetos oprimidos no sólo por sus prácticas sexuales, sino por otros factores, como la raza o la clase social.  Los grupos de lesbianas, por su parte, no se sentían identificados con un movimiento gay, al que definían como misógino y centralizado,  a lo que se sumaba su preocupación por la lejanía que mantenía con la mayor parte de los grupos feministas.
De todas formas, la movilización de estos grupos sirve como referente, y permite el surgimiento de otro tipo de militancia: los grupos de activistas.  A diferencia de los frentes de liberación, el activismo  defendía un programa político que buscaba cambios sociales más específicos, centrado en las necesidades de gays y lesbianas, sin pretender una revolución social estructural. Sus objetivos principales  eran la despenalización de la homosexualidad  en aquellos países cuyos códigos penales aún la mantenían como delito, y  luchar por lograr un cambio en la forma en que los medios de comunicación trataban a la homosexualidad.
Si bien  podemos establecer puntos en común entre el activismo y los frentes de liberación, como por ejemplo la utilización de un lenguaje  de orgullo y autoidentificación como colectivo y la importancia que le daban al hecho de salir del armario, la diferencia principal estriba en la capacidad que desarrollaron los activistas  de organizarse en colectivos bien estructurados que  podían relacionarse de forma efectiva con el sistema político y crear grupos de presión en el sistema. Las acciones de lobby las efectuaban no solo sobre políticos durante las campañas, sino  que presionaban a ciertas asociaciones profesionales a las que consideraban partícipes de la opresión.
 La presión organizada  logró avances significativos como la  eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales publicada por la Asociación Psiquiátrica Americana. Al menos, formalmente, la homosexualidad ya no era una enfermedad.
Se pasó así de la vida nocturna y los bares clandestinos al día y los espacios públicos, de la desviación sexual al concepto de estilo de vida alternativo, y se pretendió alcanzar una cierta normalización, una integración al estilo de vida dominante. Los años finales de la década del 70 son considerados la época dorada de bares y clubes, donde la liberación sexual parecía manifestarse desde la pornografía a la música pop, que hizo de YMCA, una canción del grupo Village People,  casi un himno de esa generación.
Los movimientos políticos por los derechos gays y la subcultura comercial homosexual  sólo terminaron de acercarse por la crisis del sida,  virus que atacó a la comunidad homosexual, sobre todo la masculina, a principios de los años 80.
La poca importancia  que los gobiernos y medios de comunicación dieron inicialmente al problema del sida  motivó la reactivación y fortalecimiento de los activistas que  veían en esa actitud ciertos tintes homófobos, dado que en principio se pensó que solo afectaba a los grupos marginales denominados las cuatro haches: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos. El segundo y tercer grupo se contagiaba mayoritariamente por el uso de jeringas y transfusiones de sangre, y el cuarto grupo se relacionó porque se afirmaba que el virus había comenzado en Haití al mismo tiempo que en los Estados Unidos.
La crisis del sida exigió tácticas de acción directa y desobediencia civil a una escala mayor a la desarrollada anteriormente por estos grupos.  En las manifestaciones convocadas por la ACTUP-AIDS Coalition to unleash power (Coalición del sida para desencadenar el poder) también participaron minorías étnicas como las comunidades latina y afroamericana.
Para los activistas, la epidemia supuso el cierre de una brecha  entre los grupos; las lesbianas ocupaban puestos importantes en las asociaciones que promovían el sexo seguro, la atención de los infectados y las campañas para obtener más financiación para la investigación,  y lograron el debilitamiento del separatismo lésbico.
En junio de 1981, el Centro para el control y la prevención de enfermedades (CAC) publica el primer informe sobre un síndrome que afectaba sobre todo a jóvenes gays. Al principio, los especialistas lo llamaron Inmunodeficiencia Relacionada con los Gays (GRID) y un año después le cambiaron el nombre a Síndrome de Inmunodeficiencia Humana (HIV).
Otra particularidad importante en la década de los 80  se dio en cierta transformación de los espacios sociales homosexuales. Los bares queer existían desde hacía mucho tiempo (recordemos el desprecio de los grupos homófilos hacia ese tipo de lugares) y eran en su mayoría mixtos, frecuentados tanto por homosexuales como por heterosexuales. Estos lugares  cambiaban constantemente y no permanecían abiertos mucho tiempo,  debido a las continuas redadas de la policía y a la  incapacidad de afianzarse como sitios de encuentro: los llamados ace queen[11] y los sissies[12]  buscaban generalmente a  varones heterosexuales,  los trades [13](marineros, soldados, jóvenes de clase trabajadora), y no necesitaban los bares como lugares de encuentro, ya que los espacios urbanos, como los parques y los baños públicos, eran más útiles para sus fines.
En la década del 80, muchos gays buscaron a sus iguales para establecer relaciones; surge entonces en el argot el término clones para referirse a hombres homosexuales musculosos, con bigotes y patillas que generaron sus propios circuitos y estéticas: los machotes y los leathers[14] generaron un mundo más cerrado de lugares de sociabilidad con lugares específicos para mantener contactos sexuales como cuartos oscuros[15] y saunas.  Los locales que comienzan a aparecer a partir de Stonewall, pero sobre todo  proliferan  en la década de los 80, fueron concebidos exclusivametne para gays, por lo que los heterosexuales que los frecuentaban pasaron a ser llamados bisexuales o gays que no han salido del armario. (Rizzo, 2006)
Nos encontramos aquí con un mundo social cada vez más atomizado y segmentado con lugares específicos para leathers, travestis, bears[16], hombres jóvenes, mayores, etc. Los hombres vinculados a los grupos Leather y Bears  solían rechazar las posturas afeminadas  y la delicadeza de los homosexuales queen  y preferían el encuentro con sus iguales.  La práctica del ejercicio físico y del culto al cuerpo masculinizado que defendían llevó a que en los años 90 los gimnasios pasaran a ser el centro de la homosocialidad en las grandes ciudades.
A partir del éxito de la ActUp, se crea en 1990 un movimiento  llamado Queer[17] Nation que asume la lucha contra la homofobia y se propone lograrlogra la visibilidad de todo el espectro que formaban las colectividades gay y lésbica. Este grupo entendía que las políticas anteriores llevadas a cabo por los movimientos activistas no habían logrado cambiar la cultura heterosexual dominante ni  terminar con las políticas antihomosexuales.  El principal problema de gays y lesbianas era que la sociedad seguía asentada en bases heterosexuales y excluía a todas las otras opciones. Su principal objetivo como movimiento era desafiar la heteronormatividad  y crear una cultura pública queer.
Sus bases se centraban en la afirmación de que la heteronormatividad social era el origen de la dicotomía público/privado en la que lo público corresponde a lo heterosexual, y confina lo homosexual al ámbito privado. Este orden social deja al homosexual en un impasse de difícil solución: por un lado, el gay tiene que salir del armario, pero cuando lo hace, muchos protestan porque creen que la preferencia sexual de cada uno no tiene que ser asunto del dominio público. Aunque la sociedad pretenda y exija separar los ámbitos públicos y privados, esto no se aplica al heterosexual, por lo que el homosexual debe aceptar de buen grado el discurso público y constante sobre temas, supuestamente privados, de los heterosexuales[18]:
Lo que Eve Kosofsky Sedwick ha llamado de manera memorable “La epistemología del armario” es la mejor ilustración de este fenómeno. Sedwick ha mostrado que el closet es el lugar de una contradicción imposible: no puedes estar adentro y no puedes estar afuera. No puedes estar adentro, porque nunca estarás seguro de haber logrado mantener tu homosexualidad en secreto; después de todo, uno de los efectos de estar en el closet es que no puedes saber si las personas te tratan como straight porque las has engañado y no sospechan que eres gay, o porque te siguen el juego y gozan del privilegio epistemológico que les confiere tu ignorancia de que ellos lo saben. Pero si nunca puedes estar en el closet, tampoco puedes estar afuera, porque aquellos que alguna vez gozaron del privilegio epistemológico de saber que no sabes lo que ellos saben, se niegan a renunciar a tal privilegio e insisten en construir tu sexualidad como un secreto al que tienen un acceso especial, un secreto que se descubre ante su mirada lúcida y superior. (Halperin, op.cit., pp.54-55)

A partir del movimiento Queer Nation, el término queer comienza a adoptarse nuevamente, y cambia el sentido. Surge la denominación queer como reacción a las identidades gay y lésbica  a las que le hacían críticas importantes: el estancamiento que supone definir una identidad buscando la media, el estereotipo del concepto “gay positivo”[19] y la exclusión que supone  la definición de la identidad  según un criterio que deja fuera otros factores de diversidad como cuestiones de raza, clase social y nivel educativo. Rescatan los logros obtenidos por los activistas (cambios en legislaciones represoras, supresión de la homosexualidad como enfermedad en los tratados médicos, etc.), pero denuncian que  lo gay,  al mismo tiempo que se propone  derrumbar  los pilares de la heteronormatividad para hacer visible la exclusión,  le otorga la palabra a un tipo específico de homosexual (blanco, clase media, profesional, apolítico, occidental) y deja fuera del discurso a otras identidades. Tiene en sí mismo el germen de la exclusión.
 Si bien este grupo de lucha política se disuelve rápidamente, tuvo una importante repercusión al centrar su activismo en insistir en los aspectos queers del mundo heterosexual, y propugnar un cambio social al defender y demostrar  la inestabilidad de los conceptos de identidad y de comunidad.


[1] Uno de los axiomas más fuertes supone el esencialismo sexual. “Entender el sexo como fuerza natural que existe antes de la vida social y que da forma a las instituciones. Esta percepción está arraigada en Occidente y hace que se considere el sexo como algo eternamente inmutable, asocial y transhistórico”  (Córdoba, 2005 p.24). “Dominado durante más de un siglo por la medicina la psiquiatría y la psicología, el estudio académico del sexo ha reproducido el esencialismo. Todas estas disciplinas clasifican al sexo como propiedad de los individuos, algo que reside en sus hormonas o en sus psiques. El sexo puede, indudablemente, analizarse en términos psicológicos o fisiológicos, pero dentro de estas categorías etnocientíficas, la sexualidad no tiene historia ni determinantes sociales significativos” (Rubin, 1984, p.130).
[2] El término uranita apareció por primera vez en alemán (Uranier) como antecedente inmediato de homosexual. Fue utilizado por Karl Urlichs  a partir del vocablo Ourania (la celestial), epíteto de Afrodita, la diosa del amor.  En la mitología griega, Afrodita Urania fue una diosa celeste que no podía ser objeto de deseos carnales.  Con esta definición se pretendía rechazar la asociación entre homorerotismo y el delito y la enfermedad física  o mental y legitimar la orientación del deseo sexual entre hombres.
[3] Según el Online Etymology Dictionary, el término fue usado (en inglés) en 1892 por C.G. Chaddock en la traducción del trabajo del Barón Von Krafft-Ebing “Psychopathia Sexualis”. Trad. Libre
[4] Se conoce como los “años locos” o los “felices 20” a la década de 1920, entre el fin de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de 1929.
[5] En 1943, aparecen en Zurich algunos artículos de investigación médica que afirman la posibilidad de curar la homosexualidad a través de terapias de aversión. Este procedimiento proponía una readaptación de conductas a través de descargas eléctricas, hipnosis y exposición a imágenes eróticas, de modo que se inducía al paciente a olvidar o al menos a evitar expresar la desviación social.
[6] Anexo: tabla de identificación con triángulos de colores de los diferentes detenidos en el campo de concentración de Dachau.
[7] Cf. Esp.gayo, Port. gaio, It. gajo. Si bien en 1951 el OED (Oxford English Dictionary) integró la primera acepción del término como adjetivo para homosexual, la expresión “gey” cat (chico homosexual) ya aparecía en 1933 en el Underworld & Prision Dictionary de N.Erskine. (Online Etymology Dictionary) Trad. libre

[8] El homosexual no es perverso, sino la situación en la que vive.  El director  toma el nombre Rosa para recordar el color del triángulo que debían llevar los homosexuales condenados en los campos de concentración nazi.
[9] Término que también significa afuera.
[10] La expresión  “coming out of the closet”, salir del armario, es usada en argot gay para definir el hecho de asumir y hacer pública la homosexualidad. Su origen sociolingüístico se basa, según algunos historiadores, en el tradicional “coming out party” (baile de debutantes en las que se introducía a las jóvenes adineradas en la sociedad dando a entender que ya eran adultas y podían casarse) y que en principio el argot toma para referirse a la introducción de alguien en la subcultura gay. Para un análisis más profundo ver: Chauncey, George (2004) Gay New York: Gender, Urban Culture, and the Making of the Gay Male World, 1890–1940. New York: Basic Book
[11] Homosexual muy afeminado que en ocasiones puede ser confundido con una mujer.
[12] Término bastante común en el argot gay.  Al no existir un estudio formal sobre el argot gay  puedo en todo caso aventurar una explicación para dar cuenta de la expresión. Posiblemente derive del término sister (hermana) y es una término peyorativo que identifica a un chico joven que no cumple la imagen tradicional asociada a su género. Un hombre será considerado sissy por mostrar interés en hobbies o trabajos tradicionalmente femeninos, por comportamiento afeminado, por  mostrar cobardía o por no tener un cuerpo atlético o al menos marcadamente masculino. En español, el término que más se le aproxima es el de marica o maricón, que deriva de María (nombre muy común en español). El término marica o maricón tiene un sentido de debilidad, feminidad y pasividad (características tradicionalmente asociada al género femenino y cuyo principal exponente es la virgen María, modelo de mujer cristiano) que relaciona a este tipo de hombres a los cultos marianos. Un sissy es el opuesto al término camionera, usado para definir a las mujeres (sobre todo lesbianas) que tienen comportamientos o cumplen trabajos en roles tradicionalmente masculinos.
[13] Referido a individuos que suelen mantener relaciones con otros a cambio de regalos y dinero, pero que no se consideran homosexuales. En español, el término más utilizado es chulo.
[14] Leather (cuero) es una subcultura que comprende ciertas prácticas, instrumentos y vestimentas que se organizan con un fin erótico.  Una de las formas distintivas es el uso de artículos de cuero e indumentaria de color negro. Si bien esta subcultura es muy visible en el mundo gay,  no es exclusiva de ese grupo.  A pesar de que en el imaginario se asocia la cultura leather a prácticas BDSM, en muchas ocasiones el uso del cuero y de indumentaria negra es una moda erótica que busca realzar la masculinidad del portador y proyecta su poder sexual.
[15] Salas oscuras o con muy poca luz en las que se tiene sexo sin ver al partenaire.  Algunos locales tienen varias salas, con distintos grados de oscuridad, tipo catacumbas.
[16] Los bears (osos) forman una subcultura dentro de la comunidad gay. Se caracterizan por su cuerpo grande y el orgullo por tener vello facial y corporal. Dentro de esta comunidad existen subcategorías: chubbies (gordos), cub (chachorros jóvenes), muscle bear (oso musculado), polar bear (oso con muchas canas) etc. Los osos defienden una actitud masculina y rechazan el estereotipo de homosexual afeminado.
[17] El término queer proviene de la raíz indoeuropea twerkw que significa “a través”(Kosofsky,1993, pág.63)  y que comparte con el alemán quer (transversal), el término latino torquere (torcer) y el inglés athwart (transversalmente).La acepción más común en la lengua inglesa es la de bizarro, extraño, enfermo, anormal. Durante mucho tiempo se lo utilizó para describir algo que tenía un comportamiento excéntrico.
[18] Este doble discurso se hace evidente en algunas reacciones cotidianas: una pareja de gays caminando de la mano por la ciudad, dándose un beso o intercambiando cualquier tipo de demostración afectiva suele levantar críticas del tipo “no tienen por qué hacerlo evidente”,  en cambio una pareja heterosexual en la misma situación no es cuestionada, ni en el mundo real, ni en las imágenes publicitarias.
[19] “(…) la vida gay ha producido sus propios  regímenes disciplinarios, sus propias técnicas de normalización, bajo la forma de cortes de pelo obligatorios, camisetas, dietas, equipos de cuero, body piercing y ejercicio físico (la rutina diaria en el gimnasio, por ejemplo, ¿es una liberación o un trabajo forzado?).” (Halperin, op.cit., p.52)


No hay comentarios:

Publicar un comentario