martes, 15 de noviembre de 2011

De la Inquisición a las Colonias: la hoguera como destino y la amistad como refugio


Santa Inquisición
No hay muchas fuentes sobre la persecución de hombres que tuvieran relaciones entre sí en los inicios y la alta Edad Media[1], en gran medida porque el concepto de homosexualidad, como parte de una categoría específica, no  estaba dentro del pensamiento epocal.  Se conocía el llamado “tercer sexo” a partir de las obras de Platón. En este período histórico, el sexo estaba directamente vinculado a la naturaleza y tenía como fin la procreación, por lo tanto las relaciones sexuales entre varones se incluían en el grupo de otras prácticas antinaturales como la zoofilia, el sexo oral, la anticoncepción y el aborto.  El derecho canónico que regía la vida  espiritual y social  de los hombres se expresaba a través de dos vías: la Biblia y los libros penitenciales[2] (libri poenitentialis) propios de cada región. Su interpretación establecía que los pecados antinaturales debían ser expiados con penitencias.  La disparidad de los libros penitenciales se subsanó con un compendio  conocido como Decretum de Graciano, elaborado en Bolonia hacia el año 1140.
En el siglo XII, un grupo de reformadores eclesiásticos[3],  encabezado por Gregorio VII, elaboró un tratado que se denominó Liber Gomorrhianus (Libro de Gomorra), en el que en ciertos pasajes se “describía la imagen  satírica de una generación de sacerdotes sodomitas que se consumían por úlceras malignas y se exigió al Papa Leon IX que tomase medidas más extremas contra la epidemia” (Hergemöller, 2006, p. 60).
Es en el siglo XIII cuando se adopta el término sodomita[4] para describir cierta práctica sexual y permite someter a los que lo cometen a la ley de la Inquisición establecida por Gregorio IX en 1233. Es importante marcar aquí un cambio profundo en la actitud de la Iglesia y de las sociedades europeas hacia los hombres que mantenían relaciones con otros[5],  que  pasaron a formar una categoría específica de perseguidos.
Tomás de Aquino estableció una clasificación de pecados, entre los cuales aparecen los cuatro pecata luxuriae: las infracciones simples (como por ejemplo las relaciones con prostitutas), el adulterio, el incesto y los actos antinaturales.  En jerarquía, el incesto era considerado por este teólogo como menos grave que los actos antinaturales, ya que al menos estaba dentro del sistema de procreación. Los pecados más graves eran aquellos que atentaban contra la naturaleza: autosuficiencia (mollities), zoofilia(bestialitas), actos anales u orales (concubitus indebitus) y actos sexuales entre hombres (vicium sodomiticum).
En este sentido, la clasificación de las personas en la  Edad Media no pasaba por una diferenciación entre individuos heterosexuales y homosexuales, sino  entre  actos naturales o anti-naturales. En otras palabras, no se perseguía y ejecutaba a la gente por ser homosexual, sino porque sus actos atentaban contra la naturaleza.
 Alrededor del año 1300, los Cátaros, procedentes de Bulgaria, son el primer grupo en oponerse al poder de la Iglesia con un conjunto unificado de valores; para ellos el verdadero cristiano debía seguir un camino de pureza, conocimiento y ascetismo, por lo que la fertilidad y la reproducción, al pertenecer al terreno material, eran relegadas a un segundo plano. La Iglesia sospechó que cometían actos antinaturales y hacia finales de la Edad Media terminó con ellos. Lo interesante de este período y de la relación con los Cátaros es que el odio cristiano hacia ellos llegó a un punto en el cual los conceptos de herejía y de sodomía se convirtieron en una sola palabra para el vulgo: el verbo alemán ketzern (cometer herejía) deriva de la palabra cathari; y la palabra francesa bougre y la inglesa bugger (sodomía) aluden a los orígenes búlgaros de la herejía. En español, el término bujarrón para describir al homosexual (sobre todo al activo) también alude al mismo origen.  (Hergemöller, 2006) (Guasch, 2007)
En el siglo XV hay un cierto renacimiento del homoerotismo, pero a través de la exaltación de la amistad.  El amor entre amigos se expresaba mediante abrazos, besos y dedicatorias en las obras que se publicaban. Se establecen así dos tipos de hombres que aman a otros: por un lado, los sodomitas, condenados socialmente por participar en actos antinaturales y, por otro lado, los amigos, que cultivaban un eros sublime mediante cartas y poemas.   A través del ejercicio de la amistad se acepta la intimidad masculina como práctica social.
Michael de Montaigne (1533-1592), en su ensayo Sobre la amistad, inmortaliza a su amigo Etiénne de la Boétie. Afirma que la pasión sexual es voluble y, en cambio, el “amor de amigos” genera “una calidez universal (…) una calidez que es constante y reposada, toda ternura y serenidad, que no tiene nada de afilado ni cortante”. Siguiendo a los antiguos griegos, Montaigne postula que la amistad se basa en la igualdad, aunque, justamente por ese motivo, critica la pederastia griega, ya que supone una relación de gran disparidad entre el erastés y el erómanos.
Durante el período conocido como el Siglo de las Luces (siglo XVII), los intelectuales  comenzaron a hablar sobre la sodomía en términos laicos y no religiosos. Los pensadores de esa época, cuyos discursos estaban centrados en las relaciones entre naturaleza  y sociedad  y, sobre todo, en la idea de progreso, no dejaron de censurar los actos sodomíticos por atentar contra la evolución y el progreso social.[6]
En la Europa moderna era común que los hombres convivieran en grupo (sacerdotes, soldados, marineros,  jóvenes en internados, etc.) por lo que las relaciones entre ellos no deberían ser algo extraño. Estas redes sociales masculinas eran transversales a toda la sociedad, y se daban con frecuencia en los ámbitos aristocráticos como ilustra Sibalis sobre las cortes de Guillermo III (Inglaterra), Federico el Grande (Prusia) y Gustavo III (Suecia), en las cuales “las redes de amistad y sexo entre hombres ayudaban a definir la distribución del patrocinio, la promoción y las recompensas” (2006, op.cit. p.104)
Hacia fines del siglo XVII comienzan a surgir en Inglaterra las llamadas sociedades para la reforma de las costumbres, que buscaban purgar al país de la inmoralidad. Entre sus métodos más conocidos estaba la publicación de los lugares de encuentro de los sodomitas ingleses.  La persecución social de los hombres demasiado amigos entre sí, y el allanamiento de los lugares de encuentro de los sodomitas se extiende nuevamente con cierta virulencia a otros países europeos. Eran allanados e inspeccionados los lugares de las ciudades en los que se solían reunir los sodomitas: plazas, baños públicos, determinadas tabernas y bosques. 
En la mayor parte del continente europeo en la Edad Moderna la sodomía era penada con la muerte, casi siempre en la hoguera, salvo en “Inglaterra donde se los ahorcaba, y en Holanda, donde a partir de mediados del siglo XVIII se cambió la hoguera por el garrote o ahogarlos en un tonel” (op.cit. p 109). Sólo a partir de finales del siglo XVIII  se comenzaron a modificar los códigos penales para imponer otro tipo de castigos.
Un factor importante a considerar en este contexto histórico es que, paralelamente a la vida social en el continente europeo, las potencias comenzaron a conquistar y colonizar el Nuevo Mundo, y se encontraron con pueblos y culturas que sostenían prácticas sociales  vistas como abominables por el pensamiento cristiano de los conquistadores.
Las crónicas de los conquistadores documentan ciertas prácticas sexuales entre varones de las culturas americanas. También se sorprendieron al descubrir que, entre los nativos, algunos individuos adoptaban un rol transgénero, lo que permitía en sus sociedades no sólo actos sexuales, sino muchas veces  matrimonios entre el mismo sexo.  Beemyn (2006) cita  una carta del explorador español Cabeza de Vaca en la que habla sobre los indios coahuiltecanos que habitaban en lo que hoy es territorio de Texas, y cuyas prácticas sociales, que admitían las relaciones transgénero, fueron denominadas diabluras por el conquistador español:
Vi un hombre casado con otro, y éstos son unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran y llevan muy gran carga. Entre éstos vimos muchos de ellos así amarionados, como digo, y son más membrudos que los otros hombres y más altos. (p. 147)

Si bien la mirada cultural de los conquistadores, entendía que  estos hombres transgénero adoptaban el papel de pasivos o mantenidos en sus relaciones afectivas, lo cierto es que en esas sociedades no eran considerados ni hombres ni mujeres, “un género adicional que bien combinaba elementos masculinos y femeninos o bien existía aparte de las categorías del género” (Lang, 1999, p. 92).
Sabine Lang rastrea las voces que definían a este género para los antiguos habitantes de Norteamérica: los indios Cree usaban el término ayekkwew (ni hombre ni mujer, o, tanto hombre como mujer)  mientras que los Zuni los llamaban katsote (muchacho-muchacha). En ambas culturas estas personas estaban completamente integradas y aceptadas en sus comunidades.
La llegada de los conquistadores cambió radicalmente la situación en América. Se comenzaron a aplicar penas capitales para el delito de sodomía aunque, como en Europa, se aceptó e incentivó el ideal de amistad masculina, a la que poetas como Whitman describía como “el afecto sano y hermoso del hombre hacia el hombre” y a la que consideraba la forma más pura del amor masculino. Los poemas de Whitman nos muestran el modo que adoptaba el discurso sobre la amistad entre iguales, y celebraba “la necesidad de camaradas” e imaginaba una sociedad ideal en la que el amor masculino sería invencible y no invisible:
                        Será corriente ver amor masculino por todos lados,
                               en las casas y en las calles.
                               El hermano o el amigo que se va saludará con un beso
                               al hermano o al amigo que se queda.
                                                               Whitman, Cálamo. (1860)

Durante los años de conquista de territorios inhóspitos, como el Oeste americano, era común establecer sociedades casi exclusivamente masculinas debido a las duras condiciones de vida. Así, los mineros, los vaqueros, los trabajadores de los  campos de ferrocarril, usualmente vivían juntos, y formaban verdaderos grupos sociales que se caracterizaban, entre otros aspectos, por la ausencia de mujeres.  La necesidad hacía que se desarrollaran entornos más libres de las restricciones de la sociedad dominante, que permitían, por ejemplo, a dos hombres bailar juntos ante la falta de una partenaire femenina.
El entorno apartado de estos grupos mencionados propició una especie de aceptación  de lo que podríamos denominar “homosexualidad  situacional” (Higgs, 1999) en los campos de trabajo, aunque sobre todo deberíamos hablar de un “ambiente homoerótico”. Por ejemplo, durante la fiebre del oro en 1849, la ciudad de San Francisco pasó de ser un asentamiento fronterizo a una ciudad, y miles de hombres fueron a buscar fortuna. La escasez de mujeres y las restricciones sociales hacían que los hombres se entretuvieran mutuamente en los salones y los lugares de juego. En ciertos bailes, los hombres llevaban un pañuelo en el brazo para indicar que asumían el papel tradicional de la mujer. (Wright, 1999 pp. 165-167) (Boyd, 2003, pp. 2-3)
De todas formas, este homoerotismo no era nuevo en las colonias. De hecho, en el siglo XVII los temibles piratas del Caribe eran conocidos no sólo por sus saqueos, sino por sus relaciones de emparejamiento mutuo.  Los bucaneros evitaban a las mujeres y optaban habitualmente por relaciones fieles y de larga duración con otros compañeros. Estas relaciones eran reconocidas y aceptadas por sus camaradas de a bordo. Burg  comenta que:
(…)según las costumbre pirata, cuando moría alguno de los hombres, su pareja heredaba su propiedad y la parte del botín correspondiente. En algunos casos, a un compañero también se le permitía imponer un castigo severo al otro, y en la batalla a menudo luchaban como un equipo, llegando incluso, a veces, a morir juntos. (1983, pp.130-131)



[1] La Edad Media es el período comprendido entre los siglos V y XV. Comienza con la caída del Imperio Romano y culmina con el descubrimiento del Nuevo Mundo.
[2] Surgidos en Irlanda a finales de siglo VI.
[3] El esfuerzo principal de este grupo de eclesiásticos estaba dirigido  a evitar el matrimonio entre sacerdotes por cuestiones ciertamente económicas y de influencia política.
[4] El término hace alusión a Sodoma, ciudad destruida por el fuego según el Antiguo Testamento (Génesis XIX, 1-29), utilizado tradicionalmente para defender el rechazo a la homosexualidad. Según la Biblia, Dios castigó a los habitantes de la ciudad, por haber exigido a Lot que les ofreciera a los dos ángeles enviados por Dios que se alojaron en su casa para “conocerlos”. Tradicionalmente se interpretó esto como un intento de mantener relaciones sexuales con ellos aunque la mayoría de los teólogos modernos  desvía esa interpretación y argumentan que la ira de Dios recayó por haber omitido las reglas de hospitalidad que se debía a los visitantes (Guasch, 2007) (Boswell 1980).  DeYoung  considera  que “a pesar  de la insistencia con la que se ha asociado el castigo de los sodomitas con las prácticas homosexuales, todos los textos de la biblia que se refieren a la condena de Sodoma no hacen referencia al homoerotismo, sino a pecados como la opresión, la injusticia y la violencia”.
[5] Siguiendo a Hergermöller, en este período  la teología se alejó de las ideas alegóricas y se estableció un sistema  racional que analizaba la historia del mundo desde la creación hasta la segunda venida de Cristo: “(…) una versión que acompañaba las 4 causas de Aristóteles: la material, la formal, la eficiente y la final. En esta visión del mundo teleológico no hay lugar para aquellos tipos de sexualidad que rompen la cadena de causa y efecto y ponen en duda la causa finalis o destino de (…) la salvación.”

[6] Para una mayor ejemplificación de esta postura ver: Voltaire, Diccionario Filosófico, en el que define el “amor socrático” como un vicio destructivo de la raza humana y una atrocidad infame contra la naturaleza, o  Innmanuel Kant, Lecciones de ética, en la que define la sodomía como “contraria a los fines de la Humanidad” porque  “el objetivo último de la Humanidad con respecto a la sexualidad es conservar la especie”. Por otra parte es interesante que un escritor nada ortodoxo como el marqués de Sade  en su libro La filosofía en el tocador, fuera el que defendió con ímpetu la sodomía como una práctica universal con “discípulos y capillas por todo el mundo”, y absolutamente natural: “Si verdaderamente es un sinvergüenza o un monstruo… entonces ¿por qué la naturaleza lo ha creado con debilidad por su placer?”(2008, pp.57-58)

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